Opinión

Dogmas laicos

Vivimos en un mundo que la revolución digital de las redes ha transformado en una auténtica aldea global, con información instantánea de cuanto sucede en nuestro planeta. Sin embargo, esta insólita proximidad no se ha traducido en una mayor relación humana, con gratificantes excepciones de muestras de humanidad, como lo sucedido en el colegio de Madrid. Basta pasear por la calle para constatar que el contacto humano y personal casi ha desparecido, sustituido por lo que hace unos años se hubiera calificado de «enajenación mental»: muchas personas –sobre todo jóvenes– hablando aparentemente solas, aisladas de cuanto sucede a su alrededor. Incluso los encuentros sociales en no pocas ocasiones son yuxtaposición de simultáneas conversaciones silentes entre los presentes con ignotos ausentes.

Ahora, nuestra aldea global –con ausencias como China– mantiene un encuentro social y político en Glasgow para conseguir solidariamente una «justicia climática» a fin de que nuestro planeta no supere un calentamiento global en este siglo por encima de los 1,5º centígrados, alegando que en los últimos 20 años se ha incrementado en 1,1º. No es fácil acercarse con mirada crítica a este debate, porque la inquisición «mediáticoambiental» te condena sin juicio previo como «negacionista», término acuñado en su día nada menos que para calificar a quienes niegan la historia de los crímenes nazis en los campos de exterminio. Pero resulta llamativo que el icono mundial de este combate global por un mundo más justo «climáticamente» hablando, sea una adolescente sueca de la que no consta investigación ni estudio científico alguno al respecto; aunque sí otros no menos relevantes en diferentes ámbitos, con significativos sponsors que la patrocinan.

Lo cierto es que este mundo tan desarrollado, está imponiendo cada vez más prohibiciones de todo tipo asociadas a los dogmas de la corrección política imperante. La ideología de género y el cambio climático son su máxima expresión, y «negacionista» es el sambenito al que la inquisición mediática condena a quien ose discrepar de los dogmas laicos impuestos por no se sabe quién, o quizás sí. Los jóvenes revolucionarios del mayo francés del 68 salieron a las calles con pancartas, entre las que se leía alguna con «Prohibido prohibir». Ahora quizás serían oportunas en estos convulsos tiempos que vivimos.

Menos mal que estamos en pleno calentamiento global, porque imaginen lo que hubiera sucedido con Filomena en otro caso. Hubiéramos iniciado una nueva era para añadir a la prolija serie histórica de las glaciaciones. Sobre el dogma de género, el ministro comunista de Consumo prohíbe la publicidad de dulces para niños y adolescentes, mientras defiende que sí puedan autodeterminarse acerca del género que desean, y para abortar. Congelados con tanto calentamiento.