Opinión

La calidad de una civilización

«La calidad de una civilización se mide por el respeto que profesa al más débil de sus miembros. No hay otro criterio para juzgarla». Esta sentencia del Dr. Jérôme Lejeune compendia las convicciones y valores de un hombre, médico y científico, que consagró su vida a ese fin. Considerado el padre de la Genética moderna, identificó en 1958 la trisomía del par cromosómico 21 que define el Síndrome de Down. Sus investigaciones le llevaron a reflexionar sobre las grandes cuestiones de la vida humana y el papel que la medicina y la investigación deben adoptar en defensa de los más débiles.

En 1994, poco antes de fallecer, fue nombrado por Juan Pablo II primer Presidente de la Academia Pontificia para la Vida, que el científico había impulsado y apoyado. Su reacción ante el nombramiento le define: «El Papa ha hecho un acto de esperanza al nombrar a un moribundo».

La profunda amistad y aprecio mutuo que compartían les llevó incluso a padecer simultáneamente: el mismo día en que el Papa sufrió el atentado terrorista en la Plaza de San Pedro –13 de mayo de 1981, fiesta de la Virgen de Fátima– también el Dr. Lejeune fue ingresado debido a la honda impresión provocada por la noticia del magnicidio, conocida en el taxi camino a su domicilio, una vez aterrizado en París junto a su esposa, tras haber almorzado con el Santo Padre en el Vaticano. La sincronía de afectos se manifestó asimismo meses después cuando ambos fueron dados de alta también en la misma fecha.

En 1997, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en París, Juan Pablo II acudió a rezar ante su tumba. Con el reconocimiento de «haber vivido en grado heroico las virtudes cristianas», el Papa Francisco dio el pasado enero el primer paso para su beatificación.

Tras su descubrimiento de 1958, Lejeune recibió todo el reconocimiento de la comunidad científica, que pasó a convertirse en un gran dolor cuando años después fue utilizado para el diagnóstico del Síndrome de Down durante la gestación y la legalización del aborto por malformación genética. Su radical oposición a esa utilización –«la Ciencia es un arma de doble filo», afirmaría– le llevó al silenciamiento y la marginación por quienes antes le habían encumbrado. Incluso perdió el Premio Nobel de Medicina por su defensa decidida del derecho a vivir de los niños con Síndrome de Down.

Fue un precursor de la Bioética, disciplina más necesaria que nunca en nuestra actual civilización. La calidad de ésta la definiría Lejeune por el derecho a eliminar a los niños y ancianos –sus miembros más indefensos– con el aborto y la eutanasia.