Política

El estribillo de Marlaska y los Pegamoides

Lo sensato es estar con los que nos defienden pero en esta licuadora ideológica todo pensamiento es un artefacto de putrefacción

Se Marlaska la tragedia, decía una de las pancartas de la protesta policial. Algún tuitero con maldita la gracia hablaba de Marlaska y los Pegamoides mientras que Pablo Iglesias, el gran amigo de los agentes cuando pedían la equiparación salarial, los apuñaló por la espalda y los tildó de fachas directamente, para qué vamos a andarnos con sutilezas. Cuando vuelva por Galapagar podía recordárselo y echarlos de allí con agua bendita comunista. Al cabo es de lo que se trata. El Poder Judicial es facha, la Corona es franquista y la Policía, una rémora del régimen resucitado. Una «performance» más para que la recoja el Reina Sofía en su nuevo itinerario político. Lo de ayer es arte para enmarcar. Solo faltaba Abramovich enseñando los pechos o las costuras de sus últimas operaciones. El arte de la distracción para ocultar lo que de verdad importa: cómo realizan su trabajo los policías en un entorno democrático como el nuestro. Claro que también es arte y parte del plan del derrocamiento de las estatuas, abonar la idea de que, en realidad, no vivimos en libertad y esbozar a los Cuerpos de Seguridad como un apéndice de una Stasi de derechas. Y así hasta que las cárceles las llamen chekas (de derechas también) y que los presos, primero los etarras, salgan a la calle, lo que supondría que ya no hacen falta policías porque todos seremos confidentes.

Es todo muy kafkiano si no fuera porque apenas queden políticos que no se hayan convertido en cucarachas. Marlaska es una tragedia en sí mismo, retomando la pancarta, el hombre de las mil conspiraciones que se mantiene erguido a pesar de las pelotas de goma que le lanzan sus adversarios, algunos de valor épico, como las víctimas del terrorismo, que no sé si están en el Reina Sofía o es que el arte de matar da para un museo completo. En las películas de antes o estabas con los buenos o con los malos, hasta que el mal se hizo líquido y subjetivo, y el bien, un invento capitalista para llenar las salas de cine. Lo sensato es estar con los que nos defienden pero en esta licuadora ideológica todo pensamiento es un artefacto de putrefacción. Las revueltas que asoman en las esquinas del descontento las tomará la izquierda aunque sean contra ella y quieren campo libre, manga ancha e imitadores de piel fina. La Policía no entra en ese funesto debate ni en estrategias de soldado de bancada en el Congreso. Quiere hacer su trabajo. Supongamos que a un pescador se le sustrae la red o un periodista entrega el ordenador y el último bolígrafo en la tierra por ley. Eso.