Yolanda Díaz

Díaz describe una conducta criminal

«En el Gobierno y fuera de él se me acusó de alarmista», apostilló Yolanda Díaz en un ejercicio de memoria histórica de verdad.

Tengo tan buen concepto de Yolanda Díaz en lo estrictamente personal como pésimo en lo político. Es una comunista de tomo y lomo, lista como los ratones colorados y creo, y enfatizo el «creo» porque ya sólo pongo la mano en el fuego por mí, que honrada. Anteayer incendió la actualidad política al confesar en Radiocable de Fernando Berlín que dio el queo en tiempo real a sus compañeros de Consejo de Ministros de la que se le venía encima a España en forma de pandemia puntualizando, acto seguido, que no le hicieron ni puñetero caso. Y que lo hizo «tres semanas» antes de ese 8-M al que ella, feminista convencida, no acudió por estrictas razones de conciencia y, obviamente, seguridad sanitaria personal. Vamos, lo que haría cualquier persona decente con un mínimo de respeto por su vida y la de los demás. La vicepresidenta segunda y ahora ministra de Trabajo volvió a la carga el 4 de marzo de 2020 presentando una guía que, nuestra protagonista dixit, «fue enormemente polémica». «En el Gobierno y fuera de él se me acusó de alarmista», apostilló en un ejercicio de memoria histórica de verdad. Tanto su primera como su segunda advertencia coincidieron en el tiempo con las mentiras criminosas de un pájaro o un tonto indocumentado, que ya no sé qué es realmente Fernando Simón, que entre otras lindezas declaró que «en España no habrá más allá de algún caso». Año y medio después este impresentable continúa en su puesto, no ha sido despedido, ni tampoco procesado. A día de hoy van ya 5 millones de contagiados, 500.000 veces más de lo que él pronosticó, y 140.000 fallecidos. Lo que se deduce implícita y cuasiexplícitamente de las palabras de Díaz es que Pedro Sánchez protagonizó una conducta criminal al autorizar, sabiendo lo que ya sabía, disponiendo además del ejemplo de manual de China e Italia, ese 8 de marzo que fue una auténtica bomba vírica que exacerbó el número de contagios y, consecuentemente, de óbitos. No sé si el presidente forzó la máquina por voluntad propia o por presión del abyecto Pablo Iglesias y de esa machista de tomo y lomo travestida de feminista que es Irene, Irena, Ireno o como carajo se llame Montero. En el pecado llevaron la penitencia: se contagió la madre del presidente, Magdalena Pérez-Castejón, su mujer, Begoña Gómez, el suegro, Sabiniano Gómez, la ahora ministra de Sanidad, Carolina Darias, la propia Montero y esa Carmen Calvo que advirtió que en estar en el 8-M les iba «la vida». En su caso fue literal porque a punto estuvo de perderla. El problema es que la negligencia multiplicó exponencialmente las infecciones y los decesos. Las estadísticas no mienten: si se hubiera confinado España una semana antes, es decir, la jornada previa al 8-M, se hubieran registrado 21.000 contagios en lugar de los 170.000 contabilizados entre mitad de marzo y el ecuador de abril. Y nos hubiéramos ahorrado 15.000 fallecidos. Es sencillamente increíble que después de estas palabras la Fiscalía no reabra de oficio una investigación que quedó inconclusa el año pasado por las presiones de siempre. Una conducta inequívocamente criminal como ésta le costaría el puesto y una más que segura imputación al primer ministro en un país escandinavo, en Reino Unido o en Alemania. Y en los Estados Unidos abocaría al inquilino del Despacho Oval a ese proceso de destitución que es un impeachment que impide que el presidente se comporte cual monarca absoluto. Aquí no ocurrirá nada pero Sánchez siempre llevará en su conciencia la muerte de miles de compatriotas. De eso no se libra.