Pedro Sánchez

Zoonosis

Y hablando de galliformes y rapaces, yo sospecho que Pedro Sánchez echó a Iván Redondo después del incómodo paseíllo que el «spin doctor» le hizo dar al presidente persiguiendo a Biden

Cabe sentirse abrumada por la cosa político-zoológica: Delcy «la Gacela», «el Pollo» Carvajal… Un zoo tremebundo. Pero son los personajes de este tiempo, nos han tocado ellos, que también parecen tener un origen zoonótico (político), como el coronavirus. La transmisión al cordero ciudadano de infecciones por parte de animales salvajes o gobernantes bestiales es cada vez más habitual y peligrosa. Pero, ojo: que nosotros, los votantes, los elegimos por afinidad… Un ejercicio divertido, y absolutamente inútil, es buscar el equivalente animal de cada político. Verbigracia, Maduro podría ser un zamuro rey, ave fascinante de América Central que evolutivamente se encuentra entre el buitre y el pavo… Y hablando de galliformes y rapaces, yo sospecho que Pedro Sánchez echó a Iván Redondo después del incómodo paseíllo que el «spin doctor» le hizo dar al presidente persiguiendo a Biden como uno de esos encantadores chicos de «Salvemos al Aye Aye de Madagascar» que se te acercan en un semáforo y te hacen sentir responsable única del hambre y el calentamiento global del mundo. Si la idea fue una iniciativa de Redondo, le hizo a Sánchez exponerse a un ridículo cósmico, y Sánchez no se lo perdonó, mandándolo al paro. «Hasta aquí hemos llegado», debió pensar el presidente, más cargado de razones que yo de ácido úrico después de la Navidad. Porque pasear con Biden y no lograr un indicio de conversación es como pasear junto a mí y no conseguir un donativo. Aunque, claro, para darle un óbolo a «Salvemos al Aye Aye de Madagascar» yo tendría que pedir una hipoteca, mientras que Biden no perdía nada estirándose un poco y soltando de compromiso unas palabritas de buena educación. Que parece que dar unas palabras le cuesta más al hombre que encontrar las esquinas del Despacho Oval. Y –además de estas chorradas–, mientras estoy confinada en el sofá, ganando peso como un gato esterilizado y viendo telenovelas turcas…, pienso que cuando el Islam acabe de conquistar Europa, y vengan a ponerme el burka, no seré capaz de alegar ni un triste «¡Miau!»