Opinión

Nostalgia del motorista

De vivir en Tasmania, Francisco Igea se habría enterado diez horas antes de lo cesaban como vicepresidente de la Junta de Castilla y León mientras hablaba en lo de Alsina. Ya sabría entonces que Fernández Mañueco había convocado elecciones en Mañuecoland y que lo había anunciado en un tuit. Antes para cesarte, te mandaban un motorista con su moto, su casco y su muerte envuelta en sobre con membrete oficial. Durante unos minutos, sin que nadie lo supiera, la noticia cruzaba una ciudad que a su paso parecía como de Dickens. Y cedía el paso a las furgonetas en las rotondas. Y paraba para que cruzaran la calle los niños con bocata a la salida del cole, y se tomaba su tiempo. Después, el motorista tocaba el timbre sin siquiera quitarse el casco y decía “Una carta del ministerio” o de la presidencia, o de donde fuera, y en ese momento, el destinatario sabía que todo había acabado. La ceremonia encerraba cierta belleza y hasta cierto punto, un respeto, pero como en este país se están perdiendo las formas hasta en los envenenamientos, ya no te mandan un motorista; ahora te ponen un tuit desde la cuenta de la presidencia de la Junta de Castilla y León.

Mañueco ha repetido el esquema de la operación de Isabel Díaz Ayuso en Madrid: a la espera de una traición o a la sombra de ella y con un presupuesto colgando, cesa a la otra parte del Gobierno y convoca elecciones por sorpresa. A Ayuso le fue como todos sabemos, pero en política, a veces hacer la misma cosa es la mejor manera de obtener resultados distintos. De momento, han mandado a Igea de vuelta al hospital en plena sexta ola, cosa que no penaliza desde que Sánchez mandó de candidato a las catalanas a un ministro de Sanidad con aire de Clark Kent.

En realidad, yo he venido a escribir sobre la nostalgia del motorista. El principal interesado debería ser el primero en conocer la noticia, pero no. Hasta la OMS ha confirmado que los vacunados se pueden contagiar de Ómicron. Si lo sabía todo el mundo. ‘Los últimos en enterarse’ era el nombre de la chirigota de José Guerrero ‘el Yuyu’ en el Carnaval de Cádiz en 1995. Iban, naturalmente, de cornudos trajeados. De pronto, el público del Gran Teatro Falla comenzó a gritar: “Yuyu, cabrón. Yuyu, cabrón”, y el chirigotero respondió desde el escenario: “No me digáis más ‘Yuyu Cabrón’, que se me va a quedar Yuyu”.