Pandemia

Una incapacidad universal

Esto requiere de coraje político, valor para tomar medidas duras

Anda la pandemia tan fuera de control que hasta se cuentan ya por medio centenar sus señorías diputados y diputadas que han de guardar cuarentena por contaminación. Cualquiera de nosotros tiene cerca alguien que pasa o ha pasado por días de recogido dolor, de incomodidad y algunos hasta miedo, afectados por los síntomas de la covid que creíamos –no nos engañemos, lo creíamos– casi haber conjurado con la vacuna y algunas liturgias de seguridad ya interiorizadas.

Pero no.

Esto no nos abandona, y ahora con la nueva variante Ómicron, veloz y eficaz, se liberan los miedos y vuelve la tensión a los hospitales y centros de Salud. Dice Ayuso que va a investigar por qué no cogen el teléfono en los centros de salud de Madrid y cuál es la razón de que falten médicos en los ambulatorios o centros de Atención Primaria como ahora se llaman. Le contestan los médicos que llevan más de un año denunciando precisamente esa falta sin que la autoridad competente haga nada o casi nada por remediarlo

Claro que, competente en sentido estricto no parece que haya autoridad alguna a la hora de afrontar la pandemia. Vamos a impulsos, se gestiona según llegan los datos y de manera parcial y descoordinada, de modo que lo que antes parecía saludable y contundente hoy se demuestra débil e ineficaz.

Hoy reúne Sánchez a los presidentes autonómicos, dos de los cuales o están o acaban de salir de la covid: el asturiano Barbón que el lunes recibió el alta hospitalaria y la balear Armengol que lo pilló en el congreso de los socialistas catalanes el pasado fin de semana, que fue muy de congresos multitudinarios y de cercanía y cariño del partido socialista. Hasta ellos caen en el confiado relajo de que estamos ya saliendo. Debieran hoy acordar algo en común.

Pero no.

La propia Organización Mundial de la Salud, que no es precisamente el faro que lidera la lucha sensata contra la pandemia, está ya diciendo que nos olvidemos de las navidades, que mejor dejar las fiestas para más adelante, que agradeceremos más celebrar la vida y renunciar a los encuentros navideños que celebrar los encuentros y tener que renunciar a vidas que arriesgamos con los contactos navideños. No le falta razón, pero su llamamiento no es precisamente una inyección de moral y confianza. En realidad nadie es capaz aquí y ahora de infundir algo parecido a una serena seguridad en que se están haciendo las cosas como Dios o la Pandemia exigen. Vende Sánchez y nuestro gobierno las vacunas y el control de la expansión de la Covid como el logro que despierta la envidia del mundo y en pocos días nos ponemos al nivel de alerta máxima que se vive en el resto de nuestro mundo cercano que es Europa. Nadie puede echar las campanas al vuelo. Nadie debe apuntarse las dulces medallas que disuelven su azúcar con las primeras gotas de adversidad que se presentan. Esto requiere de coraje político, valor para tomar medidas duras y, sobre todo, un trabajo mucho más preciso y convincente sobre la opinión pública. Está en nuestra mano, y me temo que solo en ella ante el desconcierto y la impericia de las autoridades, todas, absolutamente todas sobrepasadas por la Covid, tomar medidas, controlarnos, guardar distancias, seguir con la mascarilla y la prudencia. Llamarnos a nosotros mismos al orden porque desde la autoridad lo que llega es el signo inequívoco de una incapacidad universal.