Coronavirus

Fum, Fum, Fum

Crece el miedo y la crispación social. En ese ambiente todos tratan de eludir su responsabilidad, empezando por los gobernantes y siguiendo por los ciudadanos

Mucho humo sobre la realidad sanitaria, económica, social y política de España, aunque es mayor aún el que encubre la tarea de demolición cultural emprendida por el Gobierno. En estas llegamos a la Nochebuena. Un aniversario más, y siempre nuevo, del nacimiento del Redentor del mundo, que no reconoce principio, ni fin, y sin embargo nació para morir. ¡Misterio! Más grande aún que la capacidad de aguante de la mayoría de los españoles, ante el panorama que se nos impone. Ya lo decía Larra, ¿hay misterio que celebrar? Pues comamos doble. Y bebamos en proporción. Al menos los que podamos. Mientras, solo algunos, pocos, dicen «reflexionemos». La celebración navideña tiene la virtud de igualar a creyentes y no creyentes. No hay duda en esto, las ocasiones solemnes son, entre nosotros, cosa del aparato digestivo.

Debemos reconocer que es más cómodo y grato, en principio, un ejercicio gastronómico, que la funesta manía de pensar; cada vez más difícil, por otra parte. Se precisa para esto, tiempo y alguna referencia esencialmente histórica. Cosas ambas en vías de extinción. Además no resulta agradable el oficio de Fígaro, reflexionar y buscar la verdad, a través del estudio, y no encontrarla ni escrita. Inventar palabras y hacer de ellas sentimientos, ciencias, artes,… aunque no pasen de ser palabras. Llamar a los demás a esa misma tarea, obteniendo como respuesta el vacío o el rechazo. No obstante, el trabajo de su criado, aparentemente cómodo, y el de tantos que aceptan lo mismo: ir sobreviviendo al precio de la renuncia a cualquier ideal, tiene efectos demoledores. El humo se irá haciendo así más espeso. Porque, en cualquier caso, el ser humano necesita creer en algo, incluso mentiras cuando no encuentra verdades. Ahí radica seguramente la prevalencia de la clase política y, en especial, la del Gobierno, con su presidente a la cabeza, maestro de un arte de cuya decadencia se quejaba Oscar Wilde. Fum, Fum, Fum.

Sin embargo cada Navidad, frente al acontecer inmediato, por preocupante que sea, revive en muchos la esperanza de la fe. Entre la negativa a dar plaza a la razón, y la asechanza de la modorra, palpita la emoción del recuerdo. El corazón pide rienda al compás de la evocación del tiempo ido, ese barco cargado de seres amados y de las palabras mayores que de ellos heredamos. Mientras, llegan en reemplazo las ilusiones nuevas, encarnadas en los más pequeños. La Navidad, puerto obligado en la travesía de la vida, como la Nochebuena, no son las que vienen y van; somos nosotros los que vamos y venimos, de paso por ellas.

Este año, otra vez, con la indeseable compañía de Mr. Coronavirus, que nos amenaza con su sexta ofensiva, disfrazado ahora de Ómicrom, sibilino personajillo que salta, con pasmosa e indeseable facilidad, cuantos muros se le ponen por delante: mascarillas, distancias, vacunas, personal sanitario,… y las autoridades cuidadoras de nuestra salud, con tanta incompetencia como en casi todo. El tal patógeno o bicho (no sé qué suena peor) se muestra extraordinariamente activo, cual político en campaña electoral, y con similares capacidades de engaño. Menos mal que mata relativamente poco, aunque intensifica su amenaza de abarrotar los hospitales, en medida superior a cualquier macrofiesta, autorizada o no. Uno de sus efectos más llamativos, por el momento, es el enésimo episodio de la interminable serie «La trifulca nacional». Fum, Fum, Fum.

La llamada a la vacunación general, al margen de la coerción directa o indirecta, se ha basado en la promesa de los beneficiosos efectos que de ella se esperan. A veces, los promotores políticos, farmacéuticos, científicos,… etc. han mostrado excesivo entusiasmo, despertando en la gente la confianza en un pronto control de la enfermedad. Pero, a medida que se repiten los episodios del SARS-CoV-2 cede la creencia en una panacea científica, a corto plazo. Parte de la población desconfía de las vacunas y de la gestión llevada a cabo. Crece el miedo y la crispación social. En ese ambiente todos tratan de eludir su responsabilidad, empezando por los gobernantes y siguiendo por los ciudadanos. También los sanitarios, cansados, descontentos e igualmente desesperanzados, protestan de la falta de personal, y de toda una serie de carencias, para prestar sus servicios en esta circunstancia de dimensiones extraordinarias. Atrapados entre la presión de los políticos y la exigencia de los ciudadanos corren el riesgo de pasar de héroes a villanos. Fum, Fum, Fum.

Entre tanto, en clave bien distinta, se anuncia el lanzamiento del telescopio espacial «James Webb», a la búsqueda del estudio de otro misterio, encontrar la claridad necesaria para seguir avanzando. Si se cumple lo previsto (cuando esto escribo aún faltan bastantes horas para que inicie su viaje), podremos mirar más lejos que nunca, en la distancia y en el tiempo, dos facies del universo profundo. Estaremos en condiciones de saber más del pasado y del futuro; del mundo en que vivimos y de nosotros mismos. La fecha elegida, el 24 de Diciembre, parece la más adecuada para manifestar el afán de trascender, de una humanidad que no se resigne a morir ante lo desconocido. A la esperanza en la fe se une la confianza en la ciencia. Con este espíritu podremos lograr que el Fum, Fum, Fum sea sólo la onomatopeya que acompaña un precioso villancico de la Navidad.