Política

Desenmascarado

Lo que tenemos claro es que España necesita otro gobierno muy diferente a este

Fatiga, la que produce la propaganda pandémica del Gobierno de Sánchez, que esta semana ha recuperado sus apariciones al estilo «Aló Presidente» para desarrollar su mayor especialidad, que es vender humo. Porque si todo lo que puede ofrecer este Gobierno a los españoles es la obligatoriedad del uso de mascarilla en la calle, que de hecho está establecido para todas las situaciones en las que los ciudadanos no puedan mantener un metro y medio de distancia, tampoco se entiende el quiero y no puedo de convocar de improviso una Conferencia de Presidentes y dos declaraciones presidenciales sin preguntas. Es la culminación de 21 meses de pandemia en los que el Gobierno siempre ha renunciado a la gestión, que ha pasado del negacionismo inicial por el 8M a la desmesura jurídica, con esos estados de alarma que han sido declarados inconstitucionales y por los que Sánchez todavía no ha asumido ninguna responsabilidad, en el que destaca el ordenado solo para Madrid. Lo mismo que ocurrió con las mascarillas, que el Gobierno no recomendó ni siquiera cuando ya era evidente que salvaban vidas, debido a la escasez de material sanitario de importación, en cuya gestión centralizada Sánchez fracasó estrepitosamente. En cualquier caso, con la fe propia del converso, el Gobierno introdujo primero la recomendación, luego la obligación parcial y finalmente la obligación total de la mascarilla, que tuvo que corregir porque se habían olvidado de la playa y el monte. En un nuevo ejercicio de propaganda, Sánchez quiso dar una buena noticia a los españoles, y anunció, de cara al verano de este año, el fin de la mascarilla, con aquello de que volvían las sonrisas a las calles. Lo hizo con tanto alarde publicitario que invirtió el verdadero paradigma jurídico, porque la mascarilla era obligatoria, pero podía relajarse su uso en exteriores cuando estuviera garantizada la distancia de separación. En un nuevo golpe de efecto, ahora se anuncia, como la gran medida de cara a las reuniones navideñas, que se celebran en interiores, la obligatoriedad de las mascarillas en exteriores. Una medida que muchos inmunólogos consideran cosmética, toda vez que el contagio al aire libre, mientras no se demuestre lo contrario, es una posibilidad reducida. Sánchez es el Presidente que siempre dice lo contrario. Lo contrario de lo que necesitan los ciudadanos, lo contrario de lo que precisan las administraciones que gestionan la sanidad, que son las CCAA, y lo contrario de lo que él mismo ha dicho anteriormente. Lo hemos visto cuando ha criticado a algún presidente de una Comunidad Autónoma, singularmente a la Presidenta de Madrid, para terminar, haciendo lo mismo, pero fingiendo que siempre son los demás los que están confundidos. Lo vemos con la ley de pandemias, que Sánchez nunca aprobará, por la única razón de que se trata de una propuesta del PP. Y ahí está la cogobernanza, que podría haber sido una idea razonable si hubiese contado, precisamente, con un marco legal que le diese encaje, pero que en la práctica solo ha sido una estratagema para librarse del desgaste y poder moverse de la multilateralidad al centralismo como Pedro por su casa. Y, todo el tiempo, con la mascarilla a vueltas, otra metáfora que desenmascara el descaro del que ante un problema nunca ve una solución, si acaso, y todo lo más, un titular. Sánchez esta vez parece abrazar la política sanitaria de Madrid, abandonado la incidencia acumulada frente a la presión hospitalaria como criterio para evaluar la gravedad real de la pandemia, o apostando por no restricciones, pero esto puede ser un espejismo. Lo que tenemos claro es que España necesita otro gobierno muy diferente a este.