Pedro Sánchez

Virus, escalofríos y lágrimas

Sánchez pensó que la pandemia iba a ser una oportunidad para afianzarse en el poder, pero ha devenido en un dolor de cabeza

John F. Kennedy, el mitificado presidente de los Estados Unidos, asesinado en Dallas, explicaba que «los chinos utilizan dos pinceladas para escribir la palabra crisis. Una pincelada significa peligro, la otra oportunidad. En una crisis se toma conciencia del peligro, pero se reconoce la oportunidad». Pedro Sánchez, hace ya casi dos años, también imaginó que la aparición de la pandemia del coronavirus podría ser una magnífica oportunidad para consolidarse en el poder durante una larga temporada –por lo menos dos legislaturas– sin casi despeinarse. Pablo Iglesias, entonces vicepresidente y el resto de ministros de Unidas Podemos –quizá con la excepción de Yolanda Díaz–, no opinaban lo mismo. No es muy conocido, pero en un momento determinado, Iglesias y los suyos barajaron dejar el Gobierno ante el temor de que la pandemia también se los llevara a ellos por delante, en términos políticos claro. Sánchez los convenció para que se quedaran, mientras se embarcaba en su campaña de largos sermones televisados todas las semanas, con aromas churchillianos de «sangre, sudor y lágrimas», que al final llegaron a aburrir a todos.

La pandemia, en su sexta ola, mucho más contagiosa pero más benigna, no ha sido para Sánchez una crisis de la que naciera una oportunidad. La prueba es que hace meses que se desentendió del asunto hasta donde pudo y traspasó la responsabilidad a las Comunidades Autónomas. El virus y la crisis económica subsiguiente –y sobre todo su gestión– han generado incertidumbre al líder del PSOE al que, además de sus rivales de la derecha, le ha surgido a su izquierda Yolanda Díaz, la Evita Perón gallega, con mejor imagen y valoración que Pablo Iglesias y, por eso, más peligrosa. Bien asesorada, y no como difunden desde la Moncloa por Iván Redondo, con el que no habla, asegura que no aspira a la presidencia, pero se deja querer y mantiene una ambigüedad gallega, mientras se apunta el éxito –matices al margen– de los últimos datos de paro y empleo. Los expertos hablan de un espacio «laborista» electoral que busca dueño, al mismo tiempo que Sánchez descubre que su oportunidad salida de una crisis, al estilo del «sangre, sudor y lágrimas» de Churchill, se ha convertido en un patético «virus, escalofríos y lágrimas», la pincelada de peligro de la que hablaba Kennedy.