Cuartel emocional
Volver a casa
Me encanta volver a casa después de unos días de ausencia. Es, no sé, como volver al vientre materno. Es un reencuentro con mis cosas de siempre, con mis trastos, con mis manías, con mi ordenadísimo desorden y, sobre todo, con periódicos atrasados, que es lo que más valoro, porque leer la prensa digital durante un viaje me permite seguir manteniéndome en contacto con la actualidad –más bien habría que decir con la cruda realidad-, pero hay cosas, detalles que sólo se descubren en el papel. Así que yo leo las noticias que ya están obsoletas con el mismo entusiasmo que si estuvieran vigentes, y disfruto el doble. Lo digo muy en serio. A veces guardo recortes que voy pillando por aquí y por allá, y al cabo del tiempo cobran un nuevo sentido. Son taras de una cabeza periodística como la mía, o quizá literaria, que también es la mía. Las taras de una cabeza tarada, y terminamos antes.
En estos días, hallándome en ninguna parte, se produjeron sobre todo noticias de carácter sanitario, por la pandemia, claro, pero también por un hecho que es nuevo en España, como lo es la práctica de la eutanasia. En seis meses se han ejecutado más de cincuenta muertes a pacientes con enfermedades neurodegenerativas, en su mayoría, y también con cuadros oncológicos, si bien no todas las regiones de España se prestan a facilitar datos cuantitativos de este tipo de prácticas, recientemente aprobadas por ley desde junio de 2021. En paralelo se observa un alarmante incremento en el número de suicidios. Dicen que las consultas de los psiquiatras están saturadas y que no hay médicos suficientes para atender patologías mentales que acaban en autodestrucción. En algunos casos atribuyen a derivaciones psicológicas del COVID esta ola que nos conmueve, pero es un hecho que en España, un país feliz por antonomasia, quiero decir por su calidad de clima, por su calidad gastronómica, por su calidad de paisaje y hasta de paisanaje es el paraíso donde vienen a pasar su vejez los nórdicos ricos, los que se lo pueden permitir, y, aun así, los casos de suicidio se incrementan. Nuestras cabezas a veces nos juegan malas pasadas. Lo digo porque en ocasiones actuamos perdiendo esa razón que creemos que nos asiste. ¡Qué difíciles somos, Dios mío!
Pero vamos a quitar un poco de dramatismo a estas líneas de hoy y comentemos esa foto de tres ministras, feministas empoderadísimas, derretidas mirando al nuevo alcalde de Sevilla, Antonio Muñoz. La Llop, la Montero y la Maroto con expresiones cuasi orgásmicas contemplando al sustituto de Juan Espadas. Por cierto que esta última va a gastar ciento sesenta y dos mil euros de los fondos europeos en una encuesta de internacionalización, una manera de tirar el dinero de forma muy encomiable. La individua empieza a ponerse a la par con el inútil del ministro de consumo, que de vez en cuando asoma la pata para hacerse notar y justificar el sueldo. Lo malo es que lo que consigue, es cabrearnos a los contribuyentes haciendo el mamarracho, como en la reciente entrevista para The Guardian donde puso a parir a nuestra carne para fastidiar al sufrido ganadero español. Me pregunto por qué a estas alturas de la semana no está cesado fulminantemente como reclamábamos Miguel Ángel Aguilar y yo el pasado miércoles en Espejo Público.
Para terminar dos apuntes internacionales. El carcamal Biden y Sánchez van pareciéndose cada vez más en el sentido de decir una cosa y hacer la contraria. Prometió cerrar el penal de Guantánamo, lo mismo que Obama, y ahí sigue. El siguiente apunte me gusta más: Isabel II nombra a su nuera Camila Dama de la Orden de la Jarretera, el título más prestigioso y de mayor rango británico. Se lo merece. Me encanta esa mujer que supo aguantar y esperar a que el tiempo le viniera a dar la razón.
CODA. Mi niña Isabel Ayuso ha soltado una perlita digna de ser plasmada en blanco sobre negro para que a nadie se le despiste. Dice “voy a trabajar para evitar que algún premio Nobel de Economía le quiera subir los impuestos a los madrileños”. Para comérsela a besos.
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