Política

No es la carne, son los empresarios

Garzón no es la excepción sino la regla del sanchismo y el comunismo

Si es un tío educado, que lo es, yo diría además que con cierto toque british, lo primero que debe hacer Mañueco el 13-F por la noche es telefonear a Alberto Garzón para darle las gracias por los servicios prestados. Antes incluso que a su mujer, que a Casado o que a esa Ayuso a la que sueña con emular, tal y como admite públicamente. «Contigo empezó todo», ha de ser la primera frase que salga de boca del presidente castellanoleonés en dirección al titular del pseudoministerio de Consumo. Sin él, el resultadón que se va a meter en el bolsillo el PP sería sustancialmente más complicado. Fuera bromas, hace falta ser inconsciente para atacar salvajemente al sector cárnico a mes y medio de las autonómicas de una de las comunidades con más ganaderos per cápita. Inconsciente, por no decir majadero o suicida. Yo que el PP no invertiría mucho dinero en la campaña porque la campaña está finiquitada. Liar la que lio el comunista ministro de Consumo en una entrevista en el hispanófobo The Guardian, asegurando que la carne que exportamos es de «mala calidad» y que se «explota» a los animales, es un pedazo de bulo. Pero hacerlo cuando quedan 50 días para que se dirima el futuro de una comunidad con 36.000 explotaciones ganaderas que generan 70.000 empleos directos es del género bufo y/o masoca. Más allá del tiro que socialistas y comunistas se han pegado en la entrepierna, está lo que subyace tras esta trola que ha puesto a los pies de los caballos a un colectivo empresarial que representa cerca del 3% del PIB a nivel nacional y el 10% en el caso de Castilla y León. Garzón, que no es un verso suelto del Ejecutivo de Pedro Sánchez ni muchísimo menos, no odia nuestra carne, entre otras razones, porque sabe perfectamente que es de altísima calidad y de un elevado poder nutritivo. Por algo él mismo se ha echado al coleto tantísimos chuletones y no por casualidad somos una de las diez naciones con mayor esperanza de vida. Si fuera nocivo ingerir tanta carne como ingerimos, estaríamos todos muertos, infartados o con cánceres gravísimos. Su vil campaña publicitaria Menos carne, más vida fue la primera puñalada trapera dando a entender que un chuletón o un solomillo matan. Como si fueran una vulgar cajetilla de tabaco. Aquí el asunto es que Garzón es tal vez la más cantosa caricatura de un Consejo de Ministros que, más que la carne o cualquier otro producto concreto, lo que odia es a los empresarios. Les da igual el área productiva, el caso es joder a quienes se la juegan para crear riqueza y puestos de trabajo. El subconsciente les traiciona sistemáticamente porque continúan instalados en esa dialéctica casposa que identifica a un empresario con un negrero, un defraudador y un contaminador. De hecho, Garzón también ha puesto a caer de un burro al mundo de las apuestas, olvidando que lo que verdaderamente produce ludópatas es el prohibicionismo. Tres cuartos de lo mismo sucedió con los fabricantes de refrescos en particular y con la hostelería en general, con los de dulces y con los de esos juguetes a los que instó a no fabricarlos en rosa. Por no hablar del zasca nivel dios que propinó a un turismo que representa el 12,5% del PIB: «Es de bajo valor añadido, precario y estacional». El problema, insisto, es que Garzón no es la excepción sino la regla del sanchismo y el comunismo. Tal vez pecó de sinceridad. Dijo lo que otros muchos piensan pero callan. Que no nos vendan la moto.