España

Animalia

El santo patrón de los animales tampoco estará de acuerdo con los animalistas que constituyen por propia voluntad el eslabón perdido entre el animal y el hombre verdaderamente humano

Me pongo a escribir el día de San Antón muy de mañana. Es la fiesta de los animales. Hoy en lugares de Castilla y León la comida típica es alubias con matanza, alubias blancas con manitas de cerdo, que llaman «sanantonada», como indica Pilar Pozuelo en «Recetas de la España vaciada». Ha amanecido un día claro, frío, luminoso. No sé de dónde sacan los americanos que este lunes, 17 de enero, es el más triste del año. A estas horas ya estarán llegando los madrileños con sus mascotas a que se las bendiga el bueno del padre Ángel. En Madrid da la impresión de que hay más perros que niños. Como de costumbre, lo primero que he hecho, antes de abrir el ordenador, es echarles pan a los pájaros en el porche del jardín. Es ya en mi caso una costumbre arraigada. Pero hoy tiene una gracia especial. Enseguida acuden los astutos gorriones y un poco más tarde las tórtolas turcas –las del lúgubre canto–, las torcaces y las urracas. Hace tiempo que no veo al petirrojo. Era como de la familia y ha desaparecido. Los pájaros comen desaforadamente, se pelean ferozmente por un trozo de pan. Casi como los humanos.

No sé que dirá el bendito San Antonio, el anacoreta amigo de los pájaros y de los cerdos, de la idea de las macrogranjas, con los animales amontonados, y el aire, el agua y la tierra contaminados alrededor. Seguro que pone mala cara y le da en eso la razón al ministro Garzón. Yo mismo escribí aquí no hace mucho contra el proyecto de una gigantesca granja de cerdos al pie del castillo califal de Gormaz y contra otras malas ideas por el estilo. ¿Quién puede estar de acuerdo con el maltrato animal institucionalizado? ¡Claro que uno está a favor de la ganadería extensiva! Con lo que no estará conforme el santo, ni nadie con dos dedos de frente, es con eso de ir con el cuento a un periódico inglés y desacreditar fuera desde el Gobierno la carne de nuestros animales. Eso, no el juicio sobre las macrogranjas, es lo que ha sacado a la oposición y a los ganaderos a la calle con las horcas en la mano contra el Gobierno.

Me parece que el santo patrón de los animales tampoco estará de acuerdo con los animalistas que constituyen por propia voluntad el eslabón perdido entre el animal y el hombre verdaderamente humano. Son los que aman más al lobo que al cordero y los que consideran más digno de protección un huevo de cigüeña que un niño no nacido.