Coronavirus
Contagiarse adrede y morir
Los antivacunas no concluyen que el covid puede acabar con ellos sin más sino que niegan la mayor y sostienen que no existe y que el pinchazo es un invento del demonio ultracapitalista
El ruido de los antivacunas nos llega como un eco de lo que es nuestro tiempo. Hay gente, que nunca iría a una guerra, a la que no le importa morir por defender una idea que cree acertada. No hablamos de personas sin formación, aunque con sabiduría, sino de un jipismo progre y de unos neoliberales exaltados a los que habría que poner un bozal en su terrible aburrimiento burgués. Ya sé lo malo que es el tabaco para la salud, y, sin embargo, sigo fumando, con varios intentos de desintoxicación, a sabiendas de que algún día tal vez me pase factura. Soy libre de fumar y sé a lo que me expongo, otra cosa es que venga el Gobierno y me diga que no puedo echar unas caladas en el coche. Váyase el ministro de turno a paseo. Eso es ser libre. Los que se drogan con otras sustancias conocen los efectos que les marca en el cuerpo, no andan gritando que la heroína es buena para el reúma, y los que beben, he ahí a Raphael, en su última confesión, pueden predecir que en algún momento de sus vidas el hígado se irá por el retrete y ya no tendrá remedio. Sin embargo, los antivacunas no concluyen que el covid puede acabar con ellos sin más sino que niegan la mayor y sostienen que no existe y que el pinchazo es un invento del demonio ultracapitalista para controlar nuestras mentes.
Viene esto a colación tras conocer la noticia de que una cantante checa, Hana Horká, se contagió de covid adrede y murió abrazando el mantra de una secta, que es en lo que estamos, en convertir a medio planeta en seguidores de Charles Mason. El caso Djokovic, un héroe mundial, es el paradigma de este caracol que dibuja en espiral el desastre. Ser libre supone saber a qué estás jugando y acarrear con las consecuencias, diga lo que diga sobre las grasas el ministro Garzón. Lo demás es síntoma apocalíptico, otra forma de vestir el nihilismo. Una estúpida yihad. Los antivacunas no saben hasta qué punto sus palabras están escritas con sangre. Hana Horká no fue libre de morir sino de creer en paparruchas.
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