Pedro Sánchez

Quien con infantes pernocta...

Gobernar con viejos comunistas –que lo son aunque no cumplan los 50– contamina cualquier intento de proyección de futura modernidad

Escucha Dionisio en la radio al presidente de Aragón decir que él es un socialdemócrata europeo, o sea, un socialista que acuerda gobiernos y estrategias con liberales o cristianodemócratas. Entonces Sánchez no es socialdemócrata europeo, piensa en ese momento. Parece como si Alsina le hubiera recogido la idea porque al instante le hace a Lambán la pregunta. Sí, responde, pero es que aquí los liberales están muertos y la derecha no es patriota. Vaya, interesante argumentario: no es que el jefe del gobierno español no quiera hacer política de Estado con liberales y conservadores, es que éstos o han muerto o no tienen talla.

Cavila Dioni sobre la falsedad de tal afirmación.

Cuando Sánchez tuvo oportunidad de pactar con Ciudadanos no movió un dedo para hacerlo. Cierto es que fue el propio Rivera quien trazó, desde antes de las elecciones que propiciaron una mayoría absoluta al matrimonio PSOE-Ciudadanos en abril de 2019, una insuperable barrera –cordón sanitario, gustan de llamar, pero se le antoja poco riguroso– de entendimiento porque aspiraba a liderar la derecha. Pero tampoco los socialistas estaban por la labor: con Rivera no, le coreaban los suyos a Sánchez en la puerta de Ferraz. Con Rivera no. Y con Rivera no. Hubo que volver a votar y Rivera empezó su descomposición y Sánchez matrimonió con quien había dicho que jamás lo haría porque no podría dormir.

La tozuda ceguera de Rivera y la indolencia veleta de Sánchez desperdiciaron una oportunidad histórica.

Y la política desembocó en lo que hoy padecemos. O siente Dionisio como un padecimiento general.

Llegó al gobierno Podemos, que ha demostrado no haberse enterado aún de lo que es gobernar, con la excepción de la vicepresidenta Díaz, inteligente y pragmática, que se deja en casa la revolución y la superioridad moral para gestionar una crisis social de dimensiones abisales. Los demás, la inventora del feminismo, la guardiana de las esencias asamblearias, el azote del turismo y la ganadería, y el celador mayor de las aulas anquilosadas, exhiben cada vez que tienen oportunidad su analfabetismo institucional y su sometimiento a una ideología viejuna e incapaz heredera de aquel comunismo ya muerto.

Con esta tropa gobierna un Pedro Sánchez que cuando pudo optar no se atrevió y ante lo inevitable optó por el mal menor. Para él, piensa Dionisio. No está seguro que para su país el mal sea el menor.

Le parece que la huida hacia delante de Pedro Sánchez se la justificó a sí mismo confeccionándose un traje a medida, como de Spiderman de la izquierda europea: el líder socialdemócrata más izquierdista que encabezaría el avance social en Europa y sería capaz de domesticar a la izquierda radical que en el resto del continente ni huele moqueta.

Completó el equipo, por la misma exigencia insoslayable de mantener una cierta mayoría, con el independentismo catalán y hasta el vasco, con esa coalición Bildu a la que negó más veces que al propio Iglesias. ¿Cómo iba a pactar jamás con Bildu? Pues ahí estamos.

Nunca ha sido fácil avanzar en ese matrimonio y con esos costaleros, pero Sánchez tiene esa rara habilidad de convencer hasta a los que saben que les está mintiendo.

En el camino, ha asistido al entierro de Rivera, la entrada en vía muerta de Ciudadanos, y al desgaste de un Partido Popular con dificultades para ubicarse y gestionar el aumento a su lado de la derecha extrema de Vox.

Pero a Sánchez se le están reventando las costuras del traje. Se trajo a Scholz para vender su ensoñación de izquierda con peso y la representación quedó en un elegante marcar distancias del alemán. Y ahora con la crisis de Ucrania se las está viendo y deseando para que el antimilitarismo naif y viejuno de sus socios de gobierno no se note demasiado, o al menos no trascienda por ahí fuera emborronando su imagen de líder del futuro. Gobernar con viejos comunistas –que lo son aunque no cumplan los 50– contamina cualquier intento de proyección de futura modernidad: ¿dónde vas con los nostálgicos de Lenin?, supone Dionisio que le dirán.

Sus ministros de Defensa y de Exteriores se esfuerzan con encomiable denuedo en elevarse en decibelios sobre los mensajes de Iglesias, Montero o Pissarello, hilados con las viejas madejas de las asambleas de facultad.

Pero incluso su éxito, si lo tienen, se verá empañado por la duda de seriedad que esta parte del Gobierno es capaz de sembrar en cualquier campo. Dionisio observa un detalle perfectamente demostrativo de su ignorante osadía: hablan de oponerse a la movilización de soldados, barcos y aviones, cuando no se ha movido militar alguno que no estuviera ya destacado en unidades que llevan tiempo en misiones al oriente de Europa.

Y esto, piensa Dionisio, sin contar la imagen que puede dar el riesgo en que han puesto sus costaleros parlamentarios el futuro de la reforma laboral elaborada con sindicatos y patronal.

Pero eso requiere ya otra pensada tranquila, y ya está Lúa dando saltos con la correa en la boca para que le saque de una vez, que ya no se aguanta más.