Gobierno de España

Yolanda, guerra y paz

La inhibición de la vicepresidenta vuelve a ofrecer todo el muestrario de una inhibición de Podemos frente a los problemas reales

A vueltas con el conflicto de Ucrania y la posición de nuestro país que incluye el envío de efectivos a la zona bajo bandera OTAN, la formación política de Podemos o lo que es igual una parte del actual gobierno de coalición lleva días debatiéndose –como quien no quiere morder pero ha olido ya la sangre– entre mostrar una mínima disposición a no romper la cláusula de lealtad a la política exterior del gobierno que es al fin y al cabo la del Estado español y la tentación por sumarse de manera total y definitiva al apetitoso carro del «no a la guerra» que tan pingües beneficios electorales le reportó a la izquierda tiempo atrás. Una disyuntiva que curiosamente no parece ajustarse del todo a la bien medida estrategia de la vicepresidenta Yolanda Díaz para ahormar una sólida plataforma en los aledaños del PSOE que aspire a la presidencia del propio gobierno. Díaz –y así lo ha reconocido reiteradamente– no aspira a aglutinar solo el espectro político contiguo a los socialistas por su izquierda, sino a pescar en el caladero de un PSOE entre cuyos votantes genera una significativa aceptación. Tal vez por ello la aspirante a lideresa contiene mostrando un atronador silencio a la hora de pronunciarse a propósito del envío de tropas españolas a la zona, en contraste con destacados dirigentes podemitas como Ione Belarra, Irene Montero o el propio Pablo Iglesias desde la tangente, agarrados al nuevo salvavidas político que, a costa de una nueva deslealtad al ejecutivo al que pertenecen, supone la recuperación del «no a la guerra». La izquierda española nunca acabó de liberarse de su nostalgia soviética con indisimulados marchamos leninistas, pero su presencia en el gobierno desde la cuota de Podemos le obliga a practicar una «política cuántica» que les sitúa al mismo tiempo dentro del ejecutivo, pero también fuera a la hora de criticar según qué decisiones que, como es el caso de la política exterior, son prerrogativa exclusiva del presidente. Esta es precisamente la disyuntiva actual de una Yolanda Díaz que ha depositado todas sus fichas en el número único de la reforma laboral, pero a quien le sobran otro tipo de más delicadas situaciones. La inhibición de la vicepresidenta vuelve a ofrecer todo el muestrario de una inhibición de Podemos frente a los problemas reales por gestionar, que ya se puso de manifiesto con la espantada de su antecesor en el gobierno Pablo Iglesias a la hora de ponerse al frente de la tragedia de las residencias cuando más duro resultaba el ataque del coronavirus. De momento con esto de Ucrania, apagón táctico.