Isabel Díaz Ayuso
La irresistible sensualidad de Ayuso
Tiene empuje, arrojo. Seduce. Es lo más seductor que hay en la política española junto al apuesto Pedro Sánchez.
Cuentan unos amigos periodistas cuando, de sopetón, se encontraron a Ayuso veraneando por uno de esos países que abrazaron el capitalismo más salvaje luego de sobrellevar el comunismo más deprimente durante décadas. Ahí estaba Isabel con su lozana y longeva juventud. Sorprendidos, cuchichearon sobre ella. Ésta se dio cuenta de que la habían reconocido y sin cortarse un ápice se dirigió a ellos con la mejor de sus sonrisas y ese carácter extrovertido que exhibe por doquier. La naturalidad de Isabel, sin la vara de mando, sorprendió a los intrépidos periodistas que se vieron agasajados gozando de la espontaneidad y simpatía de una mujer que no deja indiferente.
La presidenta madrileña es una seductora nata, un torbellino capaz de sacudir la pista de baile con sólo pisarla. A veces, su mirada turbadora se asemeja a la muñeca diabólica. Las más, es un ciclón de una sensualidad arrebatadora.
Otro cantar son algunas de sus opiniones. Cuando ensalzó Madrid como paraíso de la libertad, donde no te topas con tu ex, me pareció una boutade. Además de traslucir un orgullo madrileño que acaso podría parecer soberbia. Sólo que en los labios de Isabel emerge con una frescura sin igual. Y descoloca. Se puede permitir esas salidas de tono y más por cuanto no tiene rival. Ganó por coraje, por determinación. También por incomparecencia del rival. Pero lo que realmente cuenta en su haber es su autenticidad, su desparpajo, ese andar entre insolente, cautivador y cercano. Isabel inspira algo que no es exactamente confianza y que encandila casi tanto en Vallecas como en Salamanca.
Tiene empuje, arrojo. Seduce. Es lo más seductor que hay en la política española junto al apuesto Pedro Sánchez. Del presidente español se podrían decir muchas cosas. Para los americanos que es un tipo guapo. En eso coincidieron enseguida, unánimemente, por mucho que el aburrido y vejestorio Biden lo ninguneara. El problema de Biden no son los años. Trump le iba a la zaga. El problema del demócrata es que lejos de rebosar energía parece que se va a desvanecer en cualquier momento. En una mesa, frente a Putin, proyecta fragilidad. Trump, frente al ruso, se diría que se va a merendar una botella de bourbon frente a otra de vodka del mariscal de la KGB mientras ambos se escrutan con recíproca altanería.
Algo parecido ocurre con Casado. Es como un retrato robot de un afiliado de Nuevas Generaciones, con su jersey anudado (eso también es muy del PNV bilbaíno) y su brazalete con la enseña nacional más ostentoso que el discreto adhesivo que se llevaba en el cierre del reloj de muñeca. Isabel, es otra cosa, no necesariamente sutil si no más de rompe y rasga, impetuosa, mujer de armas tomar que se toma la vida con tesón y, a su vez, disfrutando cada instante sin cortapisas. Tiene carácter pero poco que ver con una Rocío Monasterio que, a veces, parece como dispuesta a soltarte un guantazo.
En las elecciones madrileñas se zampó al vetusto Gabilondo que sosea donde Ayuso se arranca unas palmas. El socialista –de incuestionables aptitudes– será un intelectual, tal vez uno de esos eruditos, aplicados y venerables profesores de universidad. Pero que más que sonrisas arranca bostezos, de los que se toman la vida tan a pecho que se tornan mates. Isabel, por contra, brilla con luz propia, resplandece como una amapola en el trigal.
Qué duda cabe, Isabel tiene chispa. Y actitud, la primera de las cualidades según el torie Winston Churchill, que inmortalizó en una de sus célebres citas. «Attitude is a little thing that makes a big difference». Gabilondo carecía de lo uno y de lo otro. Casado, en ese sentido, ni por asomo se acerca a Isabel.
Está por ver si su estilo que proyecta algo de castizo calaría más allá de la sierra, si su mantón de Manila daría el pego en otros lares, en esa Valencia mosqueada con el centralismo por ejemplo; si el organillo funcionaría orillando el Guadalquivir o se desvanecería como el Guadiana. Ayuso ya ha conquistado Madrid, se sienta en el trono como ese Napoleón que se puso en la testa, de sus propias manos, la Corona Imperial. ¿Sería capaz la presidenta de conectar con el electorado de toda España a imagen y semejanza de como ha logrado en Madrid? Esa es la duda que planea y el misterio que tal vez un día veamos resolver.
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