Cataluña

Causas originales del problema catalán

Surgió un avance en la actividad industrial catalana, facilitada por la llegada masiva de mano de obra procedente de multitud de zonas rurales de España

Dos de los mayores problemas de España, en este momento, son el deseo separatista de Cataluña y la cuestión vasca. Ambos temas tienen orígenes diferentes. Carece, por ello, de sentido, pretender que la cuestión catalana se pueda entender como heredera del denominado «aragonesismo austracista». Basta leer el valioso libro del llorado Ernest Lluch, sobre lo escrito, de 1734 a 1742, por el conde Juan Amor de Soria. El asunto serio y actual catalán procede de la Revolución Industrial. En Cataluña surgió, entonces, una protesta burguesa y mercantil ante la posibilidad de que se pusiese en marcha, en España, una aceptación liberal en el comercio exterior, que tenía enemigos y aliados. Entre los primeros, destacará el anarcosindicalismo, que adquirió singular peso en Barcelona. Añádase el confusísimo Partido Radical de Alejandro Lerroux, que plantearía un progresismo republicano con ribetes españolistas, sin lograr alejar la sospecha de encontrarse pagado por Madrid. Entre los aliados, se hallaba la Iglesia; mencionemos al marqués de Comillas y sus descendientes, unidos, además, al movimiento literario denominado la Renaixença, sobre el que se ha escrito mucho, y cuyo principio –recuérdese la restauración, en 1859, de «els jocs florals»–, fue herencia del Romanticismo que, a su vez, acentuó la aparición de nacionalismos. Pero esto respira una atmósfera liberal, ligada al auge del planteamiento federal –recordemos, por ejemplo, a Víctor Balaguer, actuando en política para vincular mensajes catalanistas muy importantes a la política del Ministerio de Ultramar–, por supuesto, a costa de impulsar otro nacionalismo, el cubano. Víctor Balaguer era confidente de Prim y todo ello existía en un ambiente francmasónico que convivía con una derecha nacionalista y católica; mucha influencia tuvo lo ocurrido en Francia por la presencia de Mistral. Un político que centra esta orientación fue Prat de la Riba; y, dentro de esa realidad naciente, en 1892 se anuncian las Bases de Manresa, y una serie de entidades de promoción empresarial con el nombre de Fomento del Trabajo Nacional, tomado del francés, en tiempos de Napoleón III.

Por entonces, se produce una mayor ligazón con la Iglesia, por parte de la creciente burguesía catalana, al considerar que el catolicismo la defendería del «peligroso socialismo». No se pueden olvidar al Obispo Torras i Bages y a Mosén Cinto Verdaguer, quien escribió L´Atlantida, gracias al mecenazgo de los Comillas; en ese ámbito nace la llamada Lliga regionalista de Catalunya, y en ella acabará fomentándose un potente desarrollo político-económico, gracias a Cambó.

Existía la convicción de que el liberalismo –y, sobre todo, el librecambio–, era algo intolerable para un católico. El semanario católico, editado en Barcelona, La Hormiga de Oro, muy vinculado a posturas carlistas, publicó un texto de Leo de Taxil que señalaba que los librecambistas españoles se reunían en Gibraltar con economistas ingleses y, aprovechando los túneles creados en la roca –que caracterizan al Peñón de Gibraltar–, tenían reuniones contra los intereses catalanes, contemplando estos diálogos económicos con auténticas «misas negras», donde aparecían incluso demonios. Cuando un catalán, caso de Figuerola, intentó poner en marcha el librecambio, ignorando los intereses económicos de la burguesía catalana, pasó a ser perseguido, incluso cuando, ya muerto, la familia intentó enterrarle en su ámbito natal.

Esa presión política originó una resistencia de Cataluña a la política nacida en Madrid, en todos los aspectos de la economía, a no ser que aceptase la orientación adecuada para la burguesía catalana. Todo lo explicaban con la frase, desde entonces popular en esa región: «España nos roba», radicalmente absurda, porque ocurría todo lo contrario.

La culminación triunfal se inició cuando Maura, en 1921, concedió que su Ministro de Hacienda fuese Cambó, hasta 1922, a pesar de las observaciones que le enviaba Flores de Lemus. Las consecuencias de la postura de Cambó mejoraron la situación bancaria catalana, con la Ley de Ordenación de ese sector y con la Ley Arancelaria, completada con una creación administrativa que aumentaba el proteccionismo, incluso falseando los datos de nuestra balanza comercial, como demostró Valentín Andrés Álvarez.

A partir de ahí, surgió un avance en la actividad industrial catalana, facilitada por la llegada masiva de mano de obra procedente de multitud de zonas rurales de España, que hicieron que un economista catalán, Vandellós, dijera que Cataluña se convertía en un «poble decadent». Salvar esa decadencia explica el impulso creciente a que los hijos de esos emigrantes abandonasen el castellano y sólo conociesen el catalán.

Todo esto, al sufrir España los fuertes golpes económicos que transcurren a partir 1930, creaba un ambiente especial que fue la base de la aparición, en la II República, del Estatuto de Cataluña y la creación de políticas muy radicales, creyentes en que el futuro económico y político aparecería gracias al separatismo. Y ahí es donde estamos.