Política

Antisistema

Antisistema somos hoy quienes mantenemos posiciones críticas hacia los censores de la moralidad moderna

Hubo un tiempo en el que el término que encabeza esta columna identificaba a descontentos marginales que actuaban más allá de la alambrada de lo que ellos mismos llamaban democracia burguesa. Los antisistema eran como aquellos zombies de «The Walking Dead» que se estrellaban una y otra vez contra la empalizada que hacía a la vez de límite y parapeto del terreno seguro del juego democrático, sin llegar a entrar nunca, pero sin cesar en su empeño de hacerlo. La diferencia con los antisistema es que los zombies de la serie, como los de mi admirado Manel Loureiro en su Apocalipsis, tenían la pretensión maléfica de destruir toda vida que encontraran a su camino, y los antisistema solo decían pretender cambiar ese orden que lamentaban les había dejado fuera.

Los zombies hubieran entrado a destruir y devorar. Los antisistema, cuando por fin vieron abiertas las puertas por parte de quienes creyeron de verdad que querían y podrían cambiar las cosas y mejorarlas, prefirieron asentarse, mejorar su posición, e iniciar un lento pero evidente cambio en los papeles de la representación. Un cambio del sistema que en realidad creó una nueva tribu de marginados, de antisistema.

Hoy el antisistema ya no es el líder marginal de un movimiento minoritario, que bien pudiera ser dirigente de un partido de gobierno o hasta ministro o ministra, sino el que osa mantener frente a los antiguos antisistema, sus propias posiciones ideológicas o morales. Hoy el señalado, el anti en el nuevo sistema de moralidad impuesta desde el poder, es el disidente de su jerigonza supuestamente innovadora, el que no utiliza o hasta comete la osadía de criticar el ridículo e ineficaz lenguaje inclusivo, el que se atreve a calificar de dictaduras las dictaduras de sus amigos, el que «emprende» –ese término produce sarpullido a estos nuevos vigilantes de la corrección sistémica– un negocio jugándose el dinero y su futuro con la ambición de convertirse en empresario, en creador de riqueza; un antisistema es hoy quien pretende que no se pierda la memoria de los crímenes de ETA, quien estima que el voto de un lado vale exactamente igual que el del otro –porque ya se sabe que votar a Vox es tan antidemocrático como luminoso y democrático hacerlo a Bildu– ; alguien que osa criticar esa moral feminista que ensalza la diferencia y la reivindica hasta romper si es necesario los códigos biológicos; un antisistema es un taurino, éste con estrella amarilla de criminal en la solapa, o un aficionado a la hípica, tan cruel como para ser capaz de clavar unos hierros en los pies a los caballos –no exagero, esto me lo afeó en una ocasión una señora que debía ser animalista o así, a la que de nada sirvió que le explicara que se llaman herraduras y sirven precisamente para evitar daño–. Antisistema somos hoy quienes desde lo público o lo privado mantenemos posiciones críticas hacia los censores de la moralidad moderna, contemporánea y cuqui, que desconoce la Historia, reescribe la Sociología y ha tomado como costumbre señalarle a sus masas –manejan como dios las redes sociales– quiénes son y dónde están estos nuevos apestados.

Me malicio que habrá que andarse con ojo, porque como te descuides te sacan de la empalizada y ya no te dejan volver a entrar, como a los de «The Walking Dead».

Están a esto de conseguir marginar completamente a los nuevos antisistema.