Elecciones Castilla y León
La explotación del éxito
En política la aritmética no funciona como en otros espacios. Cuando se alcanzan determinados niveles de gestión, y con ello de responsabilidad, quien no suma, no resta, divide
La hermenéutica de los resultados electorales demuestra una capacidad de distorsión casi infinita. Sin embargo, algunos datos son, cuando menos, difíciles de tergiversar. Las elecciones del pasado domingo, en Castilla y León, arrojan un balance claro en cuanto a los grandes perdedores. Entre éstos el PSOE castellano-leonés, que reduce las filas de su representación parlamentaria en 7 miembros, y sufre un varapalo enorme. Sobre todo teniendo en cuenta que disponía del apoyo del gobierno nacional. Durante algunas horas llegaron a ilusionarse con una posible victoria, que Tezanos había pronosticado como segura; lo cual no dejaba de ser un mal agüero. Hasta Pedro Sánchez pareció creérselo y se asomó a la batalla más de lo conveniente para su imagen. La debacle de la izquierda se completa con la caída de Unidas Podemos. Por su parte Ciudadanos, en un salto mortal casi insuperable, se ha dejado el 73′6 por % de los votos logrados en 2019, y, 11 de sus 12 procuradores. Claro que en este caso se trataba de la crónica de una muerte anunciada.
El triunfo más rotundo de los comicios del 13-F lo obtiene VOX. Multiplicar por 13 el número de sus procuradores arroja un balance difícilmente superable en cualquier elección, por pequeña que fuese la base inicial. También logró la victoria el PP, pero habrá que estimarla en su justa dimensión. Los resultados en porcentajes obtenidos (31′43 por 100 frente a 31′81 por 100 en 2019) han sido los peores de su historia electoral en Castilla y León y el número de procuradores el segundo más reducido (31 frente a 29 en 2019). La llamada a las urnas no ha llevado al logro de los objetivos previstos. Tal vez el mensaje de campaña, el «PP o el caos» no ha sido un acierto. En esa tesitura muchos han optado por algún eslogan menos coaccionador. No lo tiene fácil Fernández Mañueco que, según «revela» Casado, desea gobernar en solitario.
El éxito ha acompañado, en diversa medida, a las formaciones provincialistas, especialmente a Soria Ya, UPL y Por Ávila. Este fenómeno resulta un tanto preocupante. Por un lado, refleja el fracaso de los partidos nacionales para presentar un proyecto de país, suficientemente atractivo, cohesionador y eficaz. Y, por otro, la proliferación de la «nanopolítica», esencialmente confrontativa e inútil para abordar los retos del espacio-tiempo del siglo XXI.
Si la interpretación de los resultados ofrece gran espacio a la especulación, la gestión de la derrota obliga a intentar reducir los daños. El aparato de propaganda del «sanchismo» lo hace con su habitual cantinela del miedo a la «extrema derecha». ¿Nos aclararán, alguna vez, por qué la extrema izquierda, con sus elementos separatistas y filoterroristas incluidos, empeñados en la lucha contra la Constitución y las instituciones, está legitimada mientras que, a su juicio, la extrema derecha resulta inaceptable?
Sin embargo, en ocasiones, parece todavía más difícil la «explotación del éxito». A la hermenéutica de los datos sigue ahora la exégesis de la intención de los votantes. Una serie de factores secundarios e indeseables se convierten en graves obstáculos. Los personalismos a ultranza pueden conducir al empecinamiento en posiciones aberrantes. Exigir que cualquier otro partido acepte, sin condiciones, los postulados del PP vienen a ser otra forma de imposición difícilmente operativa; sobre todo cuando no se está en disposición de llevarla a cabo. Convertidos «sus principios» en dogma universal parece imposible ninguna negociación. ¿Por convencimiento o por miedo?
La estrategia de excluir a VOX de la «plaza mayor del constitucionalismo, del reformismo, del autonomismo, del europeísmo y del atlantismo» (podría haberse añadido «y de los grandes expresos europeos») es un brindis al sol y un error de partida. ¿Acaso solo hay una forma cerrada de cada uno de esos términos? ¿Son inamovibles, inmutables, inmejorables, …? Aspirar a gobernar en solitario en esta coyuntura, tal vez sea una equivocación, en sí misma, pero coquetear con la abstención del PSOE para intentarlo, sería, ni más ni menos, que una forma de suicidio. ¿Piensa Casado que alguno de los que han votado al PP, el pasado día 13, prefiere la tutela de Sánchez a un pacto de gobierno con Abascal; o de Mañueco con García Gallardo si suena mejor? Habrá que cuidar el relato que conduce a compartir la teoría del «cordón sanitario», muestra de una democracia devaluada, como la que padecemos, y recordar que el PP ha sido víctima de esa misma vesania.
Lo sucedido en Castilla y León obliga a algunas reflexiones necesarias. El federalismo encubierto, bajo nuestro autonomismo, apunta al conflicto entre los partidos nacionales y su proyección en las autonomías. Expresión de esta circunstancia es la confusión generada por los dobles discursos y la dualidad de imágenes, más contradictorias de lo conveniente. La presidencia de un partido como el PP, su verdadera dirección, requiere un liderazgo fuerte, que no podrá asentarse sólo en «aparatos orgánicos», sino en la personalidad del líder. En política la aritmética no funciona como en otros espacios. Cuando se alcanzan determinados niveles de gestión, y con ello de responsabilidad, quien no suma, no resta, divide.
Superar las divisiones, que no las diferencias, se hace imprescindible para aprovechar todos los recursos, sin recelos de los mejores, hacia una meta común. Sólo así se podrá aspirar a invertir los papeles y pasar de la oposición al gobierno.
Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España.
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