Economía

Permanece la angustia en Iberoamérica

Si se comparan las estructuras socioeconómicas de esos pueblos, cuando eran provincias del Reino de España, con respecto a Europa, se ve que vivían mucho mejor entonces que después de la emancipación

El 16 de julio de 1985 publiqué, en la sección que tenía en el periódico de La Paz Política, Última hora, las Cartas desde Europa, el artículo: «La angustia económica iberoamericana». Al encontrarlo, observé que mantiene tal actualidad que sentí la tentación de plagiarme, y publicar, en este periódico, 37 años después, exactamente lo mismo que a mi juicio venía a cuento en aquel momento, pues sigue extraordinariamente preocupante la situación de los países hispanos en estos momentos.

En 1985, yo recomendé la lectura de una obra reciente, «La historia de Mayta», del peruano Vargas Llosa, y hacerlo en clave de economista. Una atmósfera opresiva se inicia ya en Lima, con las primeras páginas de la novela; mas, quizá todo se hace más deprimente, cuando la acción se desplaza a Jauja. Allí, en lugar de encontrar lo que, en español se relaciona con una especie de Paraíso Terrenal, da la impresión de que el sorocho impide, no solo respirar, sino reaccionar del modo adecuado para que las cosas vayan a mejor.

El tema no sólo es peruano. Si seguimos hacia el Sur, ¿Qué decir de Argentina? A finales del siglo XIX, cualquier lector de aquella magnífica recopilación de lo que fue el «Mulhall’s Dictionary of Statistics», hubiera apostado por el definitivo triunfo económico de esta nación. Aun, en 1942, Colin Clark, en su aceptable ejercicio de prospectiva económica: «The Economics of 1960», se acerca al caso de la República del Plata, y profetiza un risueño porvenir. A poco, Buenos Aires comienza a jugar a fondo la carta de desarrollo populista. Guido Di Tella, en su libro Perón-Perón nos ha ofrecido datos bien claros. De pronto, Argentina parece preocupada por la reiniciación de esta política, con las tensiones económicas que provoca. En un extraño maridaje de la Doctrina de la Seguridad Nacional y del liberalismo económico de la Escuela de Chicago, llega al poder un curioso personaje: José Martínez de Hoz. Su herencia está bien a la vista. No resolvió ni uno solo de los problemas con los que se encontró; pero los agravó todos, creando muchísimos más: una hiperinflación creciente de tres dígitos; una pavorosa deuda exterior; y una producción industrial desmantelada; aun sin necesidad del conflicto de las Malvinas, a las orillas del Río de la Plata, se pasó a vivir un auténtico clima económico de postguerra.

Si se comparan las estructuras socioeconómicas de esos pueblos, cuando eran provincias del Reino de España, con respecto a Europa, se ve que vivían mucho mejor entonces que después de la emancipación. A veces, los grandes literatos son notarios veraces, de los cuales el economista echa mano. Por ejemplo, en torno a la etapa virreinal de Méjico, un Octavio Paz nos habla del mundo apasionante de Sor Juana Inés de la Cruz; un Ibargüengoitia, en «Los conspiradores», de los primeros momentos del grito del cura Hidalgo; o García Márquez con Macondo. ¿Por qué sucede esto?

Parece que Hispanoamérica se empachó de tanto importar modelos económicos extranjeros para curar sus males y produjo lo señalado. Belgrano lleva a Buenos Aires la fisiocracia; Cobden pronto reina en una especie de idilio manchesteriano; el krausismo está tras la Constitución de Querétaro, a su vez, tras los escritos, para el futuro de Cuba, de Martí; tras el partido argentino radical de Yrigoyen; o tras el nacimiento, con Batlle, en Montevideo, del Partido Colorado, como opción decisiva para los Orientales; tras el coqueteo con el marxismo de los Mariátegui, triunfa en Cuba, la polémica sobre la teoría del valor del Che Guevara; Milton Friedman es el padre de las experiencias que generan, en el Cono Sur, la aparición de lo que en apócope feliz se llamó la economía del Archiguay. Hasta Augusto Comte tiene por allí adoradores. Estas claves extranjeras lo llenan todo, desde la que significó «El Pampero», el periódico nazi de Buenos Aires, a la fundación, en Cuba, de una Academia de Ciencias que sigue, no el modelo marxista, sino el zarista ruso, o el masivo envío de estudiantes de toda Iberoamérica a Estados Unidos.

Por supuesto que, de pronto, soplan aires castizos. Nos gusten o no, traen un aroma de lo auténtico, desde el APRA, al justicialismo argentino, o al Estructuralismo económico latinoamericano, nacido en la CEPAL, o al movimiento Cristianos para el Socialismo. Pero, mezclados con las estructuras foráneas, pronto quedan truncados sus mensajes y envejecidos sus planteamientos, quedando todo en proyectos y utopías.

Los EEUU, de acuerdo con Rubén Darío, tan «potentes y grandes», no parecen entender este ideal y cuando manosean, lo complican todo. Europa mira para otro lado.

Lógicamente, los iberoamericanos contemplan esto con terrible gesto de nada cabe hacer, y que, por supuesto, lo mejor es no hacer nada.