Elecciones Castilla y León
Miopía política
El sistema democrático español se forjó bajo el principio de la moderación. Las ideologías extremistas, tanto de derecha como de izquierda y el de los independentismos que fracturaban la unidad del Estado, quedaron apartadas de la gobernabilidad del país, de facto.
La triple crisis que se fraguó en el 2008, económica, política e institucional, alimentada por la depresión financiera, la corrupción y la distancia de los partidos mayoritarios con las expectativas de la sociedad, tuvieron como consecuencia la aparición de nuevos actores en la escena parlamentaria.
La reacción de PP y PSOE fue mantenerse en el poder con pactos impensables en el periodo que abarca desde la transición hasta el 2008. Pactar mayorías con separatistas o incluir en la política de alianzas a la extrema derecha o a la izquierda radical tenía necesariamente consecuencias que iban más allá de un enfrentamiento entre bloques. Era pan para hoy y hambre para mañana.
Obviar que el independentismo utiliza para sus intereses la posición de bisagra parlamentaria o que Vox no tiene como objetivo ocupar el poder político es de un infantilismo suicida.
La investidura de Castilla y León es una cuestión de Estado. La extrema derecha está en el gobierno. Desde el Partido Popular se ve como un mal necesario, de hecho, su única preocupación es no manchar una estrategia dirigida a recuperar al votante de centro derecha.
Al PP le vence la necesidad de mantener la marca popular en un territorio que siempre ha considerado suyo, sin embargo, abrir esa puerta es romper un hueco por el que entrará, en algún momento, Vox en el gobierno de España.
El Partido Socialista hace la lectura de que le va a ayudar a demonizar al PP y mantendrá varios cientos de miles de votos que seguirán depositando la papeleta aunque tengan que hacerlo con la nariz tapada.
Unos y otros están demostrando miopía política. Una mirada a largo plazo requeriría clarificar el modelo político que quieren para España. Feijóo ha empezado mal como comandante en jefe de facto, debería haber echado el resto para alcanzar un acuerdo de carácter estratégico con el PSOE, que por su parte, debería haber recapacitado sobre su responsabilidad histórica.
Tudanca es el gran achicharrado de las elecciones castellanas, la abstención en la investidura de Mañueco solo hubiese traído como efecto colateral establecer un cordón sanitario sobre el populismo de extrema derecha pero, ya saben, entre todos la mataron y ella sola se murió.
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