Economía

Ante el preocupante futuro energético español

Abandonar la opción nuclear no es lo que le conviene al futuro desarrollo económico español

Entre los problemas más preocupantes –y son numerosos– que tiene, en este momento, la economía española, destaca el de la cuestión energética. Basta señalar un viejo artículo de J. Frederic Dewhurt, publicado en octubre de 1948, del que tomé una nota sobre enlaces entre la energía y la producción existente en los Estados Unidos: «Una civilización mecanizada es una civilización ávida de energía». Ahora, con plena explosión de la Nueva Economía, cuando ya se ha entrado en la tercera etapa de la Revolución Industrial, este punto de vista es fundamental. Ya Kindleberger indicó que en una economía que exige un desarrollo rápido, las inversiones primordiales –que deben absorber esencialmente el ahorro del país–, son los transportes y sus infraestructuras, la formación profesional y la producción de energía eléctrica.

El futuro energético obliga a tener en cuenta que ha pasado a moverse en cuatro terrenos. El primero de ellos aparece vinculado con los descubrimientos tecnológicos; el segundo es que los expertos en estas circunstancias tecnológicas conocen datos suficientes para enseñarnos sobre las consecuencias de estar amarrados a viejas o equivocadas concepciones científicas o incluso supersticiosas. El tercero radica en lo que se sostiene por la Unión Europea, porque el asunto de la seguridad en el abastecimiento energético es de máxima importancia. El cuarto sería el problema del cambio climático. Nos encontramos dentro de una economía globalizada y ciertos problemas mundiales, como el del desarrollo industrial y su acompañamiento energético, no se pueden soslayar por los dirigentes de la política económica. Sería absurdo el olvido de cualquiera de estos cuatro aspectos esenciales. Por eso se relacionan con energía solar, con la eólica, o con la nuclear. El resto no tiene ningún interés, cuando planteamos problemas que tienen que ser resueltos desde los inicios del siglo XXI.

La otra cuestión fundamental es la energía nuclear que auguró Einstein con su ecuación fundamental, gracias a la que sabemos que si un gramo de materia se convierte totalmente en energía, produce 24 millones de kwh.

Además de estas energías tecnológicamente avanzadas, se encuentran, todavía hoy, las energías fósiles clásicas –carbón, petróleo y gas natural–, y las energías renovables tradicionales, que se reducen, prácticamente, a la hidráulica. Las reservas mundiales de carbón alcanzan unas 1.100 gigatoneladas de equivalente al petróleo. Dentro de cinco siglos pueden estar agotados los miedos de Stanley Jevons contenidos en su The coal question. En petróleo parece que, con los yacimientos de la Antártida, las 140 gigatoneladas de la estimación actual se multiplican por 4. Las mayores reservas actuales, con el 24%, son las de Arabia Saudí. De gas natural están localizadas 150 gigatoneladas de equivalente petróleo. Respecto a la energía hidráulica, los recursos mundiales se incrementan de modo continuo, pero no irán mucho más allá. Así, está cerca la asíntota, que en el caso de España, se ha alcanzado ya.

Esta asíntota a la que hemos llegado en energía hidráulica provoca que, para tener una economía competitiva, nos apoyemos en la energía nuclear y en la del gas natural. El riesgo en el gas natural es estratégico, porque dependemos de yacimientos o de gasoductos que discurren por zonas peligrosas, como consecuencia de preocupantes situaciones políticas, como ya plantean reacciones dinámicas en el norte de África, complicadas con los debates opuestos sobre el futuro del Sahara español, a más de fundamentalismos y reacciones islámicas en el norte africano, masivamente ligadas a nuestro futuro en esa región. Añadamos las conmociones creadas en Rusia y Ucrania, que probablemente se extenderán por más zonas asiáticas; a lo que se suman fuertes revoluciones generadas en multitud de naciones africanas. Ello explica que la expansión que tenemos de la energía hidráulica significa perder ricas tierras en los valles y desplazar poblaciones enteras, todo lo cual aumenta los costes de inversión, con un fuerte impacto social.

Es obligado plantear, con decisión, el desarrollo de la opción nuclear. Pero recordemos que esta línea se hundió en España al incluirse en el programa que llevó al poder al PSOE en 1982, con el argumento básico del riesgo de efectos nocivos, desde el punto de vista biológico, sobre las personas que habitan en las cercanías de las centrales nucleares. Se olvida que en 1982 el Secretario de Energía del Presidente Reagan analizó los posibles efectos de 78 instalaciones nucleares en servicio. El resultado mostró que la tasa de daños biológicos que castigan a las personas habitantes de las proximidades de instalaciones nucleares era análoga a la nacional. Da la impresión de que el único problema serio es el de los residuos radioactivos, que por ahora no parece resuelto, de modo definitivo.

Abandonar la opción nuclear no es lo que le conviene al futuro desarrollo económico español.