Política

La serie presidencial

El cambio se impone y cuanto más tarde llegue más caro lo pagaremos

Cuando no es una pandemia es una guerra. El caso es que siempre se tiene una excusa para justificar su estrepitosa y negligente gestión de la economía española, a la que, cumpliendo con la inveterada tradición del socialismo español, llevará inevitablemente a la ruina. Y lo peor es que encima molesta que se diga, hasta el punto de considerar que hablar de economía equivale, nada más y nada menos, que a romper el consenso sobre la situación geopolítica provocada por la invasión rusa de Ucrania, cuando lo cierto y verdad es que son los socios de Podemos, en compañía de otros, quienes están cuestionando la posición común de las democracias del mundo entero y llamando «partido de la guerra» a la formación que teóricamente lidera el Gobierno. ¡Esto sí que es una vergüenza histórica de pacto de gobierno! Sin embargo, y por mucho que le moleste al «indignado en jefe», nuestro producto interior bruto caía como el de ningún otro país y España ya sufría una espiral inflacionista antes de que Putin invadiese Ucrania. Basta recordar que en enero el IPC subía el doble que en nuestras vecinas Portugal y Francia. Eso por no hablar del recibo de la luz, que un presidente adulto como Rajoy dejó a 60 euros el megavatio hora y que ahora anda rondando los 500 euros, pero que antes de que Putin iniciara la escalada sobrepasaba a menudo los 300. Ciertamente, es lamentable que el argumento preferido de Sánchez para justificar su propio descontrol se base en culpar a los dos últimos enemigos que le han surgido a la humanidad, una enfermedad contagiosa y un tóxico sátrapa ruso, y convertirles en cortinas de humo de la inoperancia de su Gobierno, obviando que sus previsiones económicas parecen apuestas de las loterías del Estado, y omitiendo el lastre que suponen las hipotecas impuestas por la coalición con partidos procedentes de las peores trincheras del comunismo y el nacionalismo excluyente. Esas, no otras, son las auténticas razones de que España, en el mismo escenario sanitario y geopolítico que otras naciones, esté en circunstancias mucho peores, con datos preocupantes que afectan de forma cotidiana a los ciudadanos de este país, cada vez más atenazados por una situación asfixiante en la que poner la lavadora o llenar el depósito de combustible se convierten en actos heroicos que requieren de un estudio pormenorizado y sosegado. Un duro contexto en el que se entiende mal que, con un Presidente que anuncia los tiempos difíciles que él mismo ha provocado, una ministra como Irene Montero apruebe planes megalómanos para celebrar como es debido la festividad laica del 8 de marzo, anunciando una inversión de 20.000 millones de euros en medidas presuntamente feministas, a ser posible frentistas y divisivas. Una suma de hechos que configuran una estrategia tan escapista como burda, en la que se tilda de antipatriotas a quienes defienden de verdad el interés general y al Estado, actitud propia de quien corre a hacerse la foto para apuntarse cualquier éxito, aunque sea ajeno, y huye despavorido, con cualquier añagaza, de sus propios fracasos. Síntomas clarividentes de que estamos ya cerca del capítulo final, en la última temporada de esa serie anunciada sobre el sanchismo, que bien podría titularse «Una serie de catastróficas desdichas», cuyo epílogo vendrá marcado por la reconstrucción definitiva de la sólida alternativa que clausurará una etapa nefasta para España y los españoles. Llegado ese momento, no lo duden, la culpa la tendrá Putin o, mejor, sus descendientes. Algo que, sinceramente, nos importará bastante poco. El cambio se impone y cuanto más tarde llegue más caro lo pagaremos.