Rusia

Marina: periodismo y verdad

Ovsyannikova cumplió con su deber de garantizar el derecho a la información objetiva

Lunes a las 21:00 horas la presentadora Ekaterina Andreeva del informativo Vremya (La Hora, en ruso) de la cadena de televisión más vista en Rusia, Pervy Kanal (Canal Uno), informa sobre el encuentro bilateral entre el primer ministro ruso, Mijail Mishustin, y su homólogo bielorruso, Roman Golovchenko, cuando aparece por detrás la jefa de Internacional de los informativos, Marina Ovsyannikova, con un cartel contra la guerra de Ucrania. El mensaje es unívoco: «No a la guerra (en inglés). Detengan la guerra. No creas la propaganda. Te están mintiendo aquí. Los rusos están en contra de la guerra (en ruso)». Ekaterina Andreeva sigue impasible con la información sobre el aumento de la cooperación bilateral entre Moscú y Minsk para sortear las sanciones internacionales. Unos segundos más tarde se da paso a un reportaje sobre un hospital.

Marina Ovsynnikova, de 44 años, desaparece. Hasta el día siguiente los abogados no reciben noticias sobre ella. La periodista fue detenida y llevada a la jefatura de Policía de Ostaniko. Este distrito en el centro de Moscú, conocido, precisamente, por la torre de televisión que alberga las oficinas de varios medios de comunicación, entre ellos Pervy Kanal. Marina Ovsynnikova fue sometida a un interrogatorio de 14 horas. Después fue juzgada por violar el artículo 20.2 del Código Administrativo «por organizar un evento público no autorizado». Y fue puesta en libertad tras ser condenada a pagar una multa de 30.000 rublos (250 euros). Tiene abierta una infracción por violar el artículo 20.3.3, una nueva disposición aprobada tras la invasión en Ucrania que castiga las «acciones públicas destinadas a desacreditar el uso de las fuerzas armas de la Federación de Rusia» con penas de hasta 15 años de prisión.

Marina dejó grabado un vídeo en el que argumentaba su oposición a la guerra que se hizo viral. Define a Rusia como un Estado agresor y atribuye toda la responsabilidad a una sola persona: «Vladimir Putin». La periodista reconoce haber trabajado durante años al servicio de la propaganda rusa: «Estoy avergonzada de esto». La frase, valiente, verbaliza una autocrítica a los rusos, pero, también, a los europeos. Lamenta el silencio de 2014 tras la anexión ilegal de Crimea. Y sigue. «No fuimos a protestar cuando Putin envenenó a Navalni». La UE, por su parte, prosiguió con el megaproyecto NordStream2. Marina advierte de que faltarán diez generaciones para reparar «la vergüenza de la guerra fratricida» y termina instando a los rusos a salir a la calle. «No pueden encarcelarnos a todos».

Para el portavoz del Kremlin, la periodista es una «hooligan» y para el presidente ruso los ciudadanos que protestan contra la incursión son «traidores» y «escoria». Marina, sin embargo, no es ni una cosa ni la otra. Es una periodista que ha cumplido con su código deontológico de servir a la verdad y de garantizar el derecho a la información objetiva de los ciudadanos. Hasta una cultura hegemonizada como la rusa en la que el poder penetra en todas las esferas de la vida social no constituye, sin embargo, un espacio apaciguado. La acción de Marina exhibe las fallas del discurso oficial y enseña destellos de una resistencia interna. Haría bien Putin si aprende la lección de Lincoln: «Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo, todo el tiempo».