Política
Prevenir, no curar
«Un Gobierno inepto ha sido incapaz de prever lo que iba a ocurrir, y la ciudadanía sufre las consecuencias»
Winston Churchill desarrolló en sus Memorias la idea de que la gran política consiste en prevenir, no en curar. Cuando no se ha previsto lo que termina por ocurrir, el político se esfuerza por curar, mejor o peor, lo que acosa al pueblo. Pero la clave de la política profunda se centra en evitar a tiempo los males que amenazan.
Pedro Sánchez ha reducido «el arte de gobernar a la organización de la idolatría», así hubiera descargado contra él su demoledora ironía Bernard Shaw. Y un filósofo español, Balmes, escribió: «¡Ay de los pueblos gobernados por un político que solo piensa en la conservación propia!».
Desde hace muchos meses, estaba claro que los camioneros cegarían las carreteras si no se contenía la crecida de los carburantes, porque nadie está dispuesto a trabajar duro y encima padecer pérdidas. Sánchez ha derramado un incesante maná sobre las centrales sindicales, creyendo que así diluiría el riesgo de las huelgas. Pero los trabajadores no confían ya en los sindicatos subsidiados y estaba claro que ocurriría lo que ha terminado ocurriendo. Tarde y mal, Pedro Sánchez no ha tenido más remedio que ocuparse de la catástrofe que negaba con desdén. Su Gobierno, ellas y ellos, con algunas excepciones como Félix Bolaños, se caracterizan por la ineptitud y la inanidad. Pedro Sánchez, por su parte, bordea ya los límites de la impotencia. Parece cada día más desbordado, más agotado, mientras enreda buscando su futuro personal en Europa.
El desabastecimiento alimentario y el paro de sectores claves de la vida laboral no amenazarían al pueblo español, si el Gobierno sanchista hubiera previsto a tiempo la tempestad que se avecinaba, esa permanente incertidumbre denunciada por Felipe González hace un par de días. Nadie niega la buena voluntad de alcaldesas y alcaldes de pequeños pueblos que se han convertido en la columna invertebral del Gobierno de la nación. Pero a casi todos les viene grande el cargo y ahí están las consecuencias: aplazamientos estúpidos, incoherencias saharianas, indignas genuflexiones ante el altar marroquí, ausencia de gestión responsable… Y los camioneros con las ruedas, como puñales, en alto. No se equivocaba Ortega y Gasset cuando en La rebelión de las masas escribió: «Ya no hay protagonistas: solo hay coro».
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