Pedro Sánchez
Todos somos ultraderechistas
Olvidan que una patraña mil veces repetida acaba por no ser creíble
Decía Forrest Gump, ese personaje que parece Einstein al lado de algunos egregios miembros de nuestra clase política, que «tonto es el que hace tonterías». Teniendo en cuenta este elemental principio habría que deducir que este Gobierno socialcomunista que está arruinando España a velocidades supersónicas es «tonto». O, al menos, una parte sustancial de él, porque constituiría una injusticia supina adjudicar este epíteto a personajes como Robles, Raquel Sánchez, Albares, Planas y algún que otro integrante del jibarizado sector serio del Consejo de Ministros. Tonterías, lo que se dice tonterías de verdad, el resto vomita unas cuantas al día, empezando por el presidente y terminando por el último mono, mona o mone podemita. Las más recurrentes, tanto que ya dan vergüenza ajena, son cuatro palabrejas: «Ultraderecha», «ultraderechista», «extrema derecha» y «fascista». Unos términos que se sacó de su roída chistera el vendemotos de Redondete para neutralizar cualquier intento del miedoso e influenciable PP de pactar con Vox. El concepto se empleó inicialmente para etiquetar a los dirigentes de la formación verde con el fin de que el imaginario colectivo los catalogase como unos tipos malos-malísimos a los que convenía no acercarse ni para preguntarles la hora. Por eso les apedrean: cuando estigmatizas salvajemente a alguien, como si fuera una suerte de Mussolini posmoderno, todo vale contra él. Eso sí: tan pérfido es un partido que defiende la Constitución como el que más como buenos resultan esa ETA con la que Sánchez lleva acostada tres años largos, los golpistas catalanes o los sicarios de Maduro. Se les ha ido tanto la olla con lo de la «extrema derecha» que los últimos a los que les han colgado el sambenito son esos 100.000 camioneros que están parando España por el salvaje aumento de los precios de los carburantes, un 40% en un año. Subidón que reduce a cero o menos el margen de ganancia que tenían hasta ahora. Vamos, que ya trabajan a pérdidas. En fin, que les resulta más barato meter el camión en el garaje que salir a repartir mercancías por España y Europa. El copyright del colmo de la miseria moral o, como digo, de la tontería, corresponde a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, que tildó a estos 100.000 currelas de «ultraderechistas» que «hacen el juego a Putin». Por no hablar de la portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, que los tachó directamente de «extrema derecha», o de otros colegas que aseguraron que esta pobre gente que no llega a fin de mes son títeres «manejados por Vox». Escuchando estas chorradas uno concluiría que los transportistas son cabezas rapadas que van dando palizas por ahí provistos de puños americanos y bates de béisbol. Los Abundios gubernamentales pensaban que endosándoles ese estúpido palabro se iban a achantar y les ha salido el tiro por la culata. Claro que estas patochadas falsarias lo mismo sirven para un roto que para un descosido. Sánchez calificó «el pacto del PP con la ultraderecha» en Castilla y León de «momento crítico para la democracia». Debe ser que lo verdaderamente democrático es pactar con quienes asesinaron a 856 compatriotas o indultar a los émulos paletos de Tejero. Lo mismo les ocurrió con su bestia negra, Ayuso, a la que Sánchez ha identificado no menos de 40 veces con «la ultraderecha». La memez se les volvió en contra cual letal bumerán y les reventó la cabeza el 4-M. Lo mismo ha acontecido con Rivera y Casado. Todos los que no opinamos como ellos somos unos despreciables «ultraderechistas». Olvidan que una patraña mil veces repetida acaba por no ser creíble, además de degenerar en soberano coñazo.
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