Internacional

Kim Jong-un y el cipote de Archidona

Al líder norcoreano le mide el misil 23 metros. Por todas partes se aparecen dictadores que marcan paquete con su poder nuclear

El líder norcoreano Kim Jong-un se ha aparecido en un vídeo junto a un misil de 23 metros de largo. Esta cosa fálica se manifiesta de las maneras más estrafalarias –coreanas en este caso– desde la moda última de merendar un pollofre –un gofre con forma–, hasta el terror nuclear de los dictadores que marcan paquete. La de Kim es de un arma descomunal, única en el mundo como todo lo que él hace; si ha escrito más de dos mil libros, a ver por qué no iba a medirle el misil lo que le mide, y sobre todo llegarle donde le llega, que es a cualquier ciudad del mundo: a París o a Madrid. El líder ha hecho ostentación del arma en un vídeo que es mezcla de «Top Gun» y un poco de lo de Joaquín Reyes. Viste gafas de sol de oligarca en cubierta de su yate y una cazadora negra de piel de Ubrique que me quiere recordar a las que llevaban los tipos que recogían las fichas de los autos de choque en las ferias a las que iba servidor siendo un niño de los años 80 y sonaba una sirena que hacia «tirorirorí». El vídeo bordea aquel clip del Gagnam Style aunque Kim se aparece tan serio que da una risa horrorosa. Da órdenes y su aprobación levantando el pulgar en señal de OK y señala aquí y allá con su dedo corto y rechoncho de niño gordo. En un momento de la pieza, se abre el hangar de donde sale el misil y el presidente y sus generales sincronizan los relojes, que es una cosa tan de la guerra analógica. Me acuerdo mucho de mi amigo Alvarito Martín quien, estando en el puente de la fragata «Blas de Lezo» se puso a juguetear con el cable de un teléfono y le dijo al almirante de la flota: «Uno igualito que este tenía mi abuela en su casa». La guerra siempre es vintage.

Kim se ha sacado el misil en un trasunto asiático, armamentístico e intercontinental de «La gloriosa e insólita hazaña del cipote de Archidona», que recogió en un libro Don Camilo José Cela. Una noche en un espectáculo flamenco en la localidad malagueña, una pareja de novios –él era un agricultor de 24 años de Loja (Granada) y ella, una joven del pueblo– cedió discretamente al fuego del amor que les unía y aquella llamarada salpicó con mucha vergüenza a los espectadores que estaban a tiro. Cela contaba que el novio había disparado hacia atrás de cuchara como tiraba los goles Telmo Zarra y fue a dar sobre los presentes lo que provocó un escándalo mayúsculo y una denuncia policial.

El Nobel de Literatura y otros periodistas entre los que se encontraba el gran Manolito Vidal llevaron a cabo una profusa investigación acerca del alcance de aquel amor balístico y plasmaron aquello en fórmulas matemáticas, gráficos y desplegables con infografías en las que aparecía el heroico cipote a tamaño natural para entender la magnitud del bombardeo. Cotejaron la noticia sometiendo la leyenda al examen de las más precisas leyes de la artillería. Midieron las magnitudes necesarias para que una señora que estaba sentada tan lejos de la pareja recibiera en su peinado tan inesperado regalo y si era justo que reclamara como reclamó los daños y perjuicios y el importe de la peluquería a la que tuvo que acudir al día siguiente. Investigaron si aquello era posible, y lo era.