Economía

Ante la notable decadencia económica española

Para entender la evolución de la coyuntura económica «es la inclusión, entre sus principales factores, de los políticos y sociológicos»

Nadie puede dudar de la muy preocupante situación económica que sufre España. El conjunto de los datos alarma. Como sintetiza el Informe Mensual de CaixaBank Researchs, soplan con fuerza los vientos de la estanflación, con apartados tales como los visibles daños a la economía española a causa de la Guerra de Ucrania. Todo esto va unido a esa serie de datos que se pueden agrupar en el apartado denominado los déficits de la economía española.

Pero sería un error colosal creer que los motivos de esta situación se deban a hechos meramente económicos y que las medidas para resolver la situación sean exclusivamente orientadas por la teoría económica. Afortunadamente, en el notable trabajo de Bert F.Hoselitz –célebre austriaco que tanto orientó con sus aportaciones desde la Universidad de Chicago–: Aspectos sociológicos del desarrollo económico (Editorial Hispano Europea, Barcelona 1962), nos señala algo que los economistas tenemos que tener en cuenta: critica, con acierto, que no tiene sentido explicar cuestiones como la actual española, meramente con una teoría económica del desarrollo, porque lo que es absolutamente necesario para entender la evolución de la coyuntura económica «es la inclusión, entre sus principales factores, de los políticos y sociológicos, antes que limitarse a una declaración de relaciones puramente económicas».

Con esta base, contemplemos que, por ejemplo, la tasa de desempleo de España –entre el casi medio centenar de países con algún peso significativo en la economía mundial, que semanalmente señala The Economist–, sólo es superada por un país, Sudáfrica, y andamos, de un trimestre a otro, alrededor del paro que tiene Turquía.

Para entender esto cabalmente, nos basta con acudir a Adam Smith, quien nos indicó que, si caía la productividad, como consecuencia de la ruptura de la amplitud del mercado, forzosamente surge el paro. Y ¿de qué manera se restringe esta amplitud en España? Pues a causa del creciente auge que vemos en las vinculaciones políticas del Gobierno con movimientos separatistas, fuertemente centrados en localizaciones económicamente tan importantes como Cataluña, País Vasco y Navarra, y que se expansionan de manera muy clara. Esto comienza a recordar aquel enorme avance que se denominó el cantonalismo, y que hundió la economía española en la etapa de la I República. Y ese cantonalismo tan perjudicial, ¿qué raíces tenía? Basta señalar el que uno de los presidentes republicanos de entonces hubiera efectuado un análisis muy afectuoso de Lord Byron para deducir que el Romanticismo latente en esa figura se encuentra detrás, por ejemplo, del que acabó siendo clave política en Cataluña. Es curiosa la simpatía ante «els Jocs Florals», de Menéndez Pelayo, una más de las equivocaciones, bajo aspectos económicos, de este gran sabio español. El romanticismo convertido en separatismo, con la herencia histórica de la lucha de Grecia contra el mundo musulmán, mucho hundió nuestra economía.

Véase, como mucho se ha comentado en la prensa, la reacción, en Cataluña, contra una actuación muy sólida del Tribunal de Cuentas, relacionada con un exceso de gasto público. Y en realidad lo que se pretendió con esta posición era evitar el incremento del déficit presupuestario, que, en estos momentos, es una de las causas evidentes de la pésima situación económica española.

Pero la pérdida de otros valores, concretamente el retroceso social de los mensajes de la Iglesia Católica, también se hayan detrás de las crisis económicas derivadas de la alteración radical de la natalidad. Para mantener una población en situación estable para la economía, la media de hijos por mujer tiene que ser 2,1. La cifra española estuvo siempre por encima, pero se ha derrumbado; hoy se sitúa en 1, y alguna región incluso por debajo. Las consecuencias de esto, sobre la población activa, sobre los problemas de la inmigración, o de los gastos vinculados con las jubilaciones, generarán problemas notables. Recuerdo, ante estos datos, lo que le escuché a ese gran economista, Franco Modigliani, en una reunión en Valencia, donde dijo: «¡Vaya bomba de relojería que tienen ustedes en España con esos datos demográficos!».

Y últimamente, nuestra política exterior ha cedido ante Marruecos en la cuestión del Sahara. Las consecuencias económicas, aparte de que consolidan un perjuicio para el precio de los abonos fosfóricos, complican la vida económica y turística de Canarias, perjudican el futuro del suministro de gas argelino, dificultan las dimensiones de la soberanía española de partes oceánicas fundamentales para el tráfico marítimo y parece que, a cambio de lo que se recibe, los daños económicos –caso por ejemplo de Canarias– son un alto costo a la amistad con Marruecos.

¿Para que seguir mostrando la razón que tenía, no solo Hoselitz, sino también, lo que sostenía el gran Schumpeter, o, en el fondo, todo político sensato y, por ello, ajeno a la búsqueda exclusiva de un aplauso inmediato?