Pedro Sánchez

Abstracciones Sánchez

El escenario vacío ha absorbido al protagonista, convertido a su vez en una pincelada abstracta

Lo más interesante y significativo de las entrevistas de Sánchez en La Moncloa es el escenario en el que se desarrollan. Es una escenario desnudo, aunque no austero –la puesta en escena es demasiado evidente– de tono predominantemente blanco, vacío, sin un solo mueble y con cuadros abstractos, sin significado por tanto. Ningún elemento remite a una historia, a una realidad viva, enfrentada al paso del tiempo. Todo allí está suspendido en una dimensión propia, congelado, ajeno a cualquier rasgo de humanidad. Un espacio como este, autorreferencial, va bien con quien ocupa el centro del escenario, un hombre que mantiene un discurso igualmente gélido y que sólo se anima cuando ataca, y con qué virulencia, al adversario político.

La entrevista llega después de las vacaciones, cerrada la crisis del PP y terminada la elección del nuevo gobierno en Castilla y León. Y se celebra, sobre todo, un día antes de la decisión sobre el final de la obligatoriedad de las mascarillas. Haber utilizado la pandemia sin medida, como ha hecho Sánchez, lleva a una cierta contención, más que nada por prudencia ante la posibilidad de suscitar una respuesta demasiado intensa. Aun así, Sánchez no puede dejar de lucir ejecutoria: cobertura de vacunación y baja incidencia… Atrás quedan las estridencias de la «nueva normalidad», volvemos a la normalidad pura y simple.

Es el sentido de la entrevista con Susanna Griso en su programa Espejo Público de Antena 3. El tono quiere transmitir tranquilidad y algo que el Partido Popular siempre ha valorado como si fuera marca de la casa: previsibilidad. Las elecciones se convocarán en su momento, solo le faltó decir «cuando toque». Los presupuestos quedarán aprobados en tiempo y forma. Se nos asegura, con una sonrisa, que no tendremos que ir a votar ni el 24 ni el 31 de diciembre… Sánchez, ya lo sabíamos, no pide sacrificios, ni siquiera a los servidores públicos. El dinero de la Unión Europea hará el resto. Y las energías renovables, claro está, que son la solución –limpia, impoluta– a todos los problemas. Transiciones suaves, buenas palabras, control de los tiempos y de los asuntos… todo desmentido por una realidad accidentada y contradictoria (inflación, paro, deuda.. ¡encuestas!) que el escenario, tan voluntariosamente aséptico, no logra mantener del todo fuera del foco.

Y de fondo, claro está, una perla política. Sánchez da por amortizadas a las compañeras de Unidas Podemos y cuenta formar gobierno con lo que llama, a falta de otra cosa, «el espacio de Yolanda Díaz». El eufemismo indica lo mucho que ha calado en la opinión el reproche de comunismo: no resulta sencillo nombrar a los próximos aliados, colocados a caballo entre el feminismo y el marxismo institucionalizado. También permite retomar el motivo de la normalidad. Sánchez se proclama vencedor de los populismos de izquierdas y exhibe como trofeo a su ministra de Trabajo. Domesticada, Díaz queda como el rescoldo manejable de un terremoto ya superado. Enfrente, y siempre según Sánchez, le queda a Feijóo hacer otro tanto. Al PP le toca ahora «gestionar» y normalizar lo excepcional. Es la forma en la que Sánchez concibe la tarea de gobernar su país: un juego perpetuo de posicionamientos acomodados a la circunstancia. El escenario vacío ha absorbido al protagonista, convertido a su vez en una pincelada abstracta... No parece un buen presagio.