Política

Una de espías

En el «caso Pegasus», intrigante historia de espías y política, Pedro Sánchez se juega el puesto, pero no puede ser sincero

Espiar, según el diccionario de la RAE, consiste en «acechar, observar disimuladamente a alguien o algo». También «intentar conseguir informaciones secretas sobre un país o una empresa». En cualquier Gobierno esta tarea la llevan a cabo los llamados servicios secretos. En España, esta delicada, silenciosa e importante labor corresponde sobre todo al Centro Nacional de Inteligencia (CNI), cuyo centro de operaciones está en las afueras de Madrid junto a la carretera de La Coruña. Se considera a esta institución una pieza clave para la seguridad del Estado. Los Ejércitos, la Policía y la Guardia Civil también tienen sus propios servicios secretos. Por definición el trabajo de todos ellos debe desarrollarse con extraordinaria discreción, dando cuenta de sus pesquisas e investigaciones, por el cauce reglamentario, sólo a la autoridad competente. El funcionamiento y los resultados se guardan celosamente en la carpeta de los secretos de Estado. El espionaje hay que hacerlo por definición con atención, continuidad y disimulo y por algún interés nacional. En un Estado democrático se espía con la autorización y vigilancia de un juez.

Las historias de espionaje, con descenso a los bajos fondos, abastecen novelas y películas. La acción suele discurrir con suspense y dramatismo. Los servicios del Estado también tienen que moverse en estas zonas de sombra, no exentas de peligro. Es lo que ha pasado con el caso de «Pegasus», el sofisticado sistema de espionaje comprado por España a Israel, con el que, según parece, los servicios secretos han seguido de cerca los movimientos, planes y actuaciones de los separatistas catalanes en estos azarosos años últimos. El descubrimiento público de la lista de los espiados, que incluye a los cabecillas de la insurrección y en la que figura el actual presidente de la Generalidad de Cataluña, Pere Aragonés, amenaza con una grave crisis política si el presidente Sánchez no da a sus socios catalanes de ERC una explicación convincente. ¡Complicada papeleta! Difícilmente puede desmentir que el Gobierno ha comprado «Pegasus» a Israel y que se ha espiado con él a los dirigentes políticos catalanes. Lo extraño, dadas las circunstancias, sería que el Estado no se hubiera defendido de la agresión secesionista con todas las armas legales a su alcance. Lo único que hay que demostrar es que eso se ha hecho legalmente.

En el «caso Pegasus», intrigante historia de espías y política, Pedro Sánchez se juega el puesto, pero no puede ser sincero. En ese terreno de luz y sombra este hombre se maneja admirablemente. Sigue el agudo consejo de Oscar Wilde: «En asuntos de grave importancia, lo vital es el estilo, no la sinceridad».