Espionaje en Cataluña

Sánchez es Nixon

La que ha liado el presidente es una repugnante mentira de Estado

Nixon fue seguramente un gran presidente en términos de gestión. La economía iba como un tiro, surfeó el marrón de una Guerra de Vietnam en la que el demócrata Johnson había embarcado a los EEUU, se sacó de la manga la democracia del ping-pong con el gigante dormido (China) y transformó la Guerra Fría con los soviéticos en una Guerra Templada. Es más, cuando Woodward y Bernstein destaparon el Watergate, el californiano era dios. Y lo siguió siendo durante algún tiempo, al punto que ganó por goleada la reelección de 1972, celebrada después de que The Washington Post hubiera publicado decenas de exclusivas sobre el caso. El problema es que era Tricky Dicky, Richard El Tramposo. Al republicano le tumbaron más sus errores, sus mentiras elefantiásicas y, sobre todo y por encima de todo, sus cortinas de humo y sus tejemanejes para desviar la atención que un escándalo que inicialmente pasó cuasidesapercibido. Sánchez podría dormir tranquilo en Palacio con el caso Pegasus. Entre otras cosas porque, como he subrayado hasta la saciedad, las democracias serias espían, claro que espían, a los que quieren cargarse el orden constitucional. ¿Para qué carajo se piensa el periodismo progre que se crearon los servicios de inteligencia? Sobra decir que para anticiparse a aquéllos que quieren declararte la guerra, perpetrar atentados, robar tecnología patria, sabotear infraestructuras estratégicas o colarte toneladas de droga. Así como durante la Transición se constituyó la Brigada Antigolpe para controlar las decenas de intentonas que se produjeron, se antoja perogrullesco que este Gobierno y el anterior hayan pinchado los móviles de los capos independentistas. Sólo faltaba. Consumaron un golpe el 1-O y volvieron a los preparativos del segundo con Tsunami Democràtic. El problema es que los medios, siempre incursos en la tontuna o en la maldad, creyeron a ciegas la versión de la decadente revista estadounidense New Yorker, que aseguró sin esgrimir una sola prueba empírica que se habían intervenido «65 terminales». La denuncia de esta chusma a la empresa que inventó Pegasus se ha interpuesto por «17» pinchazos, uno menos incluso de los que ha admitido el Gobierno. Vamos, que de un plumazo se han esfumado 48. El problema, en cualquier caso, no es el legalísimo espionaje sino la nueva maniobra falsaria que en forma de cortina de humo ha puesto en marcha Sánchez para desviar la atención. Lo primero fue el intento de tomar como cabeza de turco a Paz Esteban pero, como quiera que esa canallada no ha funcionado, ha optado por escenificar un embuste que no se ha creído ni su padre desde el minuto 1. El «acabamos de comprobar que en mayo y junio de 2021 nos espiaron con Pegasus a mí y a la ministra de Defensa» no coló porque los que saben de esto tienen meridianamente claro que el terminal del primero, de la segunda o del Rey se escudriñan semanal o mensualmente. Y si no fuera así, que es así, habría que mandarlos a esparragar por chapuzas. Luego llegaron los tocapelotas de Okdiario y publicaron un documento del Centro Criptológico Nacional, remitido en «julio de 2021» al presidente y sus ministros, en el que este organismo dependiente del CNI reconocía el espionaje con Pegasus, instruía a los destinatarios para detectarlo y ordenaba «revisar» todos los Iphone gubernamentales y «remitir las conclusiones». Lo cual demuestra que la que ha liado el presidente es una repugnante mentira de Estado, circunstancia que en EEUU le costaría un impeachment y muy probablemente la destitución. Aquí costará porque nuestra democracia ha devenido en incipiente autocracia. Lo cual no impedirá que Sánchez termine igual que Nixon: entre muy mal y peor.