Política

Woke

Los consejeros, en general, siempre han sido woke, desde los tiempos en que se denominaban «validos», o «visires»

Lo woke acapara el poder occidental, y ello envalentona a intendentes marciales expirados como Putin. Administra Estados, incluida nuestra anticiclónica zona del mapamundi. En la empresa, lo woke depende del interés crematístico (miren Disney y sus actos de contrición), porque una empresa es una organización dedicada al beneficio económico (la política también, pero ahí nadie esgrime la cuenta de resultados, ni despide a quien no cumple objetivos: «au contraire», no concluir los empeños prometidos muchas veces es norma de obligado cumplimiento político). Cierto que existe el «capitalismo woke», cuyas costuras son evidentes, pues el capitalista que aparentemente asume los postulados woke tan solo está intentando venderle al consumidor woke sus productos a través del halago, con ese peloteo avaro que consiste en decirle a alguien tan solo lo que quiere oír, siempre a cambio de su dinero o su voto. Lo woke en política lleva tiempo anidando en el corazón de consejeros que cobran cien mil euros anuales por complacer vanidades, espiar o perpetrar trabajos sucios para quienes los contratan, engordando el ego de aquellos que firman sus nóminas pagadas por la conllevancia contributiva del infortunado ciudadano. Los consejeros, en general, siempre han sido woke, desde los tiempos en que se denominaban «validos», o «visires», y hacían la función de espejitos mágicos eternamente dispuestos a mentir jurándole al jefe que era el más guapo. El jefazo podía ser rey, sultán, emperador, tirano… Hoy los asuntos de Estado siguen en manos de estos complacientes natos, que cuando vocalizan suenan como guitarras de oferta en Amazon, como sirenas con coronavirus, como aplausos coreanos. El poder woke está atento a los problemas de género, raza y poscolonialismo, aunque jamás se haya propuesto solucionar ningún pendejo conflicto, solo regodearse en todos ellos, pues de eso vive… Y es que hoy todo cambia, pero sigue igual. Vean si no, verbigracia, a los clásicos ingenieros murcianos y cómo hemos pasado de Juan de la Cierva a Teodoro Gª Egea (¡¿dónde está Teodoro?!). Y así, todo. Porque el mundo, como siempre, es una milagrosa calamidad.