El canto del cuco

Hacia el «postsanchismo»

Ningún primer ministro europeo habría permanecido en su puesto con la mitad de los hechos que afectan al dirigente español

El antisanchismo, a pesar de estar cada día más cargado de razones y de ser ya clamoroso, no basta para forzar la rendición de Sánchez. Es tan abrumador el cerco judicial y tan desaforado el acoso de la oposición y de la crítica que al presidente del Gobierno no le queda más remedio que encastillarse y resistir las embestidas hasta que se le acabe la munición. No entra en los planes de este hombre la rendición. Dada su peculiar psicología y el aliento incondicional de los que le rodean (por la cuenta que les trae), prefiere morir matando. A esa conclusión se llega observando su comportamiento suicida. Ha perdido el sentido de la realidad. Vive en un mundo imaginario. Está convencido de que el poder le pertenece.

Si este análisis es acertado, habrá que prepararse para asistir a un final del sanchismo temible, a medida que el cerco judicial se estreche sobre el Gobierno, el partido, la familia presidencial y el propio presidente, al que ya se le plantea un posible conflicto de intereses por el rescate de Air Europa. Y esto no ha hecho más que empezar. La UCO sigue aportando material explosivo sobre Ábalos-Cerdán-Koldo después de los últimos registros y los jueces no desisten. El choque con el Poder Judicial empieza a ser insoportable, y nada indica que vaya a ceder. Las relaciones institucionales con la oposición están rotas y parecen irrecuperables después de las últimas descalificaciones mutuas. Y la presión sobre los medios de comunicación críticos irá previsiblemente en aumento. Mientras tanto los fontaneros del partido, de la cuerda de Leire Díez, se afanan en arrojar fango de las cloacas sobre personas e instituciones.

No es difícil imaginar la cara de los demócratas europeos cuando hayan leído la larga crónica del prestigioso «The Times» sobre los casos de corrupción que rodean al presidente Sánchez, al que el periodista llama «el galgo de Paiporta». Su prestigio en Europa está por los suelos. Ningún primer ministro europeo habría permanecido en su puesto con la mitad de los hechos que afectan al dirigente español. Este despliegue de desprestigio ha coincidido con el severo juicio de Bruselas sobre la amnistía de los insurrectos catalanes, la «autoamnistía», a cambio de apoyar su investidura. Como dice Quevedo, en España «todo lo cotidiano es mucho y feo». ¿Qué hacer? ¿Resignarse? ¿Aguantar a ver qué pasa? Lo que demanda el plan del «postsanchismo» es atenuar los aspavientos y presentar ya un gran proyecto de futuro. «Las naciones –dice Ortega– se forman y viven de tener un programa para mañana». Pues eso.