Eurovisión
Más allá de Chanel
Deberíamos hacer un esfuerzo por no meter la política en las competiciones
Muchos de los que apreciamos la música dejamos hace tiempo de seguir el Festival de Eurovisión, espejo de las peores melodías apadrinadas por los gobiernos. Lo que no quiere decir que de cuando en cuando surja un pedazo de canción, magníficamente interpretada, con ritmo trepidante y una puesta en escena apoteósica. En casa nos emocionamos viendo a Chanel con su traje torero Palomo Spain, su atronadora voz, la cadencia latina de sus movimientos y ese descaro flamenco-cañí en la escena que sólo lo igualaría Díaz Ayuso.
A la hispano-cubana la tildaron de casi todo con motivo de su clasificación para Eurovisión. Lo curioso es que el grueso de las críticas partió de representantes de los partidos del Gobierno, con calificativos irreproducibles contra ella, consecuencia de lo cual tuvo que borrarse de las redes sociales, perseguida por los insultos. A los defensores de Tanxugueiras y Rigoberta Bandini, amparados en la superioridad moral del socialismo, el podemismo y el nacionalismo, se les permitió casi de todo para vituperar a la cantante catalana y su coreografía, hasta el punto de que incluso el PSOE llegó a pedir a RTVE que censurase la letra, y CC.OO. que se le retirara la nominación.
El Gobierno entero, con Sánchez y Yolanda a la cabeza, se ha subido ahora al carro de la ganadora. Nadie se acuerda ya de aquello. Chanel arrasó pese a su tercer puesto formal, y exhibió la bandera de España ante el mundo como no hubieran hecho ninguno de los representantes de las otras candidaturas que perdieron en el Benidorm Fest.
Queda en el ambiente el disgusto de no haber logrado la primera plaza, habida cuenta de la casi unanimidad de la crítica en resaltar que sin duda «SloMo» era la mejor. Ganó Ucrania, y nos alegramos por el pueblo ucraniano, martirizado por Putin. Pero cabe cuestionar si no deberíamos dejar la política al margen de las competiciones. La canción ucraniana no mereció ganar por méritos artísticos. Ganó porque políticamente se decidió que lo hiciera. Rápidamente Zelenski declaró que «nuestra música conquista Europa», la OTAN destacó su gran triunfo, igual que Boris Johnson, que aprovecha cualquier ocasión para terciar en los debates, esperando se olviden así sus fiestas alcohólicas en medio de los confinamientos covidianos.
Si el criterio es que «ahora hay que darle todo a Ucrania», igual podríamos extenderlo a otras manifestaciones, y otorgar al injustamente asediado país no sólo Eurovisión, sino el próximo Mundial de fútbol, algunos Oscar, y por qué no, Roland Garros o la Champion. Hubiera sido cuestión de decir a los árbitros que este año pitaran a favor del Dínamo de Kiev y a los competidores que se dejaran ganar. Ucrania lo conseguiría todo. En la música, en el cine, en el tenis, el fútbol… y el próximo verano, el Tour.
No, pero en serio. Está claro que a los refugiados y combatientes ucranianos tenemos que ayudar con cuanto podamos y mucho más. Dinero, armas, sanciones a Rusia, etcétera. Pero deberíamos hacer un esfuerzo por no meter la política en las competiciones. Eso es válido tanto para lo que hicieron los indepes, socialistas y podemitas con Chanel, como para este sacar pecho de Zelenski diciendo que «nuestra música conquista Europa». Porque eso no es verdad. A Europa la conquistó Chanel.
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