Melilla
Estoy al lado de los negros
«Estoy al lado de los negros y en contra de la atrocidad que ha ocurrido en Melilla en pleno siglo XXI»
Me ha estremecido el tiroteo sobre los subsaharianos que trataban de superar en Melilla la valla de la prosperidad. Siento vergüenza ante la imagen de esos centenares de negros hacinados en el suelo como si fueran ganado por la gendarmería marroquí. Mucho se ha avanzado en las tres últimas décadas en el rechazo racista, pero todavía perduran espectáculos atroces como el que la semana pasada se vivió a las puertas de Europa.
En la admirada democracia estadounidense, la esclavitud fue legal hasta el año 1865. Y se ha recorrido la mayor parte del siglo XX con una brutal discriminación racial que impedía al negro en Estados Unidos viajar junto al blanco en el autobús público, utilizar el ascensor en los grandes rascacielos, sentarse en los bancos de Central Park o asistir a clase en la Universidad. ¡Cuánto despiadado cinismo!
Su Majestad Católica el Rey de España Felipe V escribió a Su Majestad Cristiana el Rey de Portugal para solicitar cinco mil esclavos negros con destino a las plantaciones de nuestros territorios caribeños. El Monarca luso contestó diciendo que los podía «cazar» fácilmente en su colonia guineana, pero que carecía de barcos para transportarlos. Su Majestad Cristianísima el Rey de Holanda ofreció las ergástulas de sus buques para el viaje a tantos maravedíes «la tonelada de carne humana».
Y tras las atrocidades francesas, belgas y británicas en el África subsahariana, cuando los descendientes de aquellos negros esclavizados llegan a la frontera europea en busca de prosperidad, se les ametralla en las vallas separadoras y se les hacina en los rediles de la vergüenza.
Pues sí. Estoy al lado de los negros. Lo estuve en la guerra indochina donde los soldados americanos de color morían en la tierra extraña con un puñado de rosas rojas en el vientre y los ojos helados contra el cielo. Estuve con ellos en el África yoruba y bantú, donde perdieron el saludo del rocío. Estreché las manos de Leopold Sedar Senghor y leí los versos de piedra de Aimé Cesaire. «Eres negro ametrallado, el hombre-hambre, el hombre-insulto, el hombre-tortura». Pero en el siglo XXI amanecen ya las espigas de tu dulce raza, hija del ritmo, estirpe de torre y de turquesa y, con versos de Neruda, hundirás las manos que regresan a tu maternidad, a tu patria de raíces, a tu silenciosa madre de arcilla.
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