OTAN

Ucrania y OTAN

Los compromisos en defensa nacional de los miembros han vuelto a ser invocados. El reiterado y nunca cumplido 2% de PIB. Ahí va a estar la piedra de toque de la seriedad de los europeos

Manuel Coma, Prof (Jub) de Mundo Actual. UNED. GEES

Ucrania lo ha cambiado todo. La OTAN seguía en su proceso de minimización. Se estaba cumpliendo la profecía de uno de los colaboradores de Gorbachov en su perestroika. ‘Os estamos haciendo’, le dijo a Occidente a finales de los 80, ‘la peor de las faenas: Dejaros sin enemigo’.

El propósito del tratado de Washington de 1949, que creo la alianza, y de la subsiguiente Organización del Tratado del Atlántico Norte, que, contra lo que es más que habitual en las alianzas, la dotó de una estructura burocrático-militar permanente, quedaba sintetizado de forma magistral en las tres preposiciones de su primer secretario general, el británico lord Ismay: in, out, down. Vinculó sólidamente a los Estados Unidos a la defensa de Europa -aunque más bien al revés- y en poco tiempo consiguió que una Alemania en ruinas, a cuya reconstrucción se ayudó de manera decisiva, se convirtiera en la primera línea de contención del expansionismo soviético. No tuvo que estar bajo la bota de los aliados, sino que fue uno más, especialmente importante. En cuanto a la URSS, el mecanismo defensivo creado fue perfectamente eficaz. No dejará de haber quien lo acuse de ser contribuyente neto a la “guerra fría”. Fría o caliente, como todo el que se defiende frente a su agresor. Su inmensa contribución fue mantener congeladas las perspectivas de devastación de una guerra abrasadora. A la sombra del paraguas nuclear americano y de la garantía de más de trescientos mil soldados estadunidenses en Alemania, la Europa libre y democrática pudo resurgir de sus cenizas y en menos de 20 años superar los niveles de preguerra y crear las bases de una espléndida prosperidad.

La presencia militar americana en Europa no era suficiente para derrotar una arremetida soviética. No era ese su objetivo. Fue referida como “trip wire”: el alambrito que se rompe al primer tirón, haciendo disparar la alarma y poniendo en marcha la réplica. Nunca jamás se pretendió que los trescientos mil soldados pudieran contener un ataque y mucho menos invadir la URSS o a cualquiera de sus forzosos aliados. Su papel era ser rehenes de la seguridad europea. Se suponía que su sacrificio no podía dejar a los Estados Unidos al margen del conflicto. Se verían obligados a intervenir. Pero en un segundo plano dialéctico, tampoco era esto lo que querían los europeos, por eso, amén de por las conveniencias económicas, nunca estuvieron dispuestos a pagar los costes de una auténtica defensa. No se quería, y menos que nadie Alemania, primer campo de batalla, ganar una guerra, sino que la guerra no se produjese. Si no había fuerzas suficientes para ganarla, tendrían que entrar en acción las nucleares americanas. Y eso siempre fue una eficaz disuasión.

Invirtiendo los términos, Putin ahora las blande, para librarse de las consecuencias de su desatentada agresión, convirtiendo su territorio en un santuario y haciendo flotar el temor de que es demasiado peligroso negarle todos los frutos de su “operación militar especial” para “desnazificar” Ucrania. Para aplacarlo, algún premio tiene que llevarse entre sus garras. Cuando Nixon negociaba con el Vietnam comunista decía que era conveniente que el enemigo creyese que estabas un tanto loco y qué podrías ser capaz de hacer algún disparate. A Putin le interesa crear esa inquietud en las mentes occidentales. Entre los dirigentes y en la opinión pública. Claro que si eso resulta demasiado convincente también se podría volver contra él en sus círculos más próximos. Improbable, porque se ha blindado contra esa posibilidad de la que es muy consciente, pero quién sabe.

De momento, el mensaje que nos transmite el nuevo Concepto Estratégico de OTAN, aprobado ahora en Madrid, es que OTAN aguanta. Una intensificación de las sanciones se produjo ya tres días antes, en los Alpes bávaros, en le reunión del G-7, donde todos, menos el japonés, son también miembros de la Alianza. Occidente y su brazo armado defensivo, que se venía desinflando poco a poco, acercándose a la lamentable condición de simbólico y residual, ha recibido de Putin, por reacción a lo que él representa, un nuevo hálito de vida. No sólo se mantiene la política de puertas abiertas, y por tanto la posibilidad de ingreso de Ucrania, si no quiere hacer a Putin el regalo de esa renuncia, sino que decididamente se amplía con Suecia y Finlandia, dos pesos medios muy apreciables porque todas sus muy serias defensas están elaboradas para hacer que a Rusia le resultase muy caro un ataque, como si, avant la lettre, se hubieran inspirado en el ejemplo ucraniano, cuando históricamente cuentan con el de las guerras de invierno de Finlandia a comienzos de la segunda mundial.

Los compromisos en defensa nacional de los miembros han vuelto a ser invocados. El reiterado y nunca cumplido 2% de PIB. Ahí va a estar la piedra de toque de la seriedad de los europeos.