Rafael Nadal
Carpe diem
Johnson, el ejecutor final del Brexit, consiguió en las urnas la victoria más abrumadora de los conservadores en 30 años y, sin embargo, se marcha derrotado
La semana culmina con Boris Johnson en las portadas de todos los periódicos. Su dimisión marca el final de una era en el Reino Unido y de la carrera de un político ambicioso, extravagante y oportunista, admirado y odiado a partes iguales. Johnson, el ejecutor final del Brexit, consiguió en las urnas la victoria más abrumadora de los conservadores en 30 años y, sin embargo, se marcha derrotado, envuelto en escándalos y mentiras, asumiendo que su posición era ya insostenible, tras la avalancha de dimisiones a su alrededor. Dijo algo muy certero en su comparecencia de ayer: «nadie es indispensable». Probablemente ya reflexionaba sobre ello en Madrid, cuando paseaba por el Museo del Prado, alejado del resto de los líderes de la OTAN.
Hoy, en Londres, solo se habla de la sucesión de Boris Johnson y, cómo no, de la semifinal que no jugará en Wimbledon Rafa Nadal contra el australiano Nick Kyrgios. Las lesiones que ya arrastraba el español más admirado y ese músculo del abdomen, roto durante su épico partido contra Fritz, impiden que le veamos hoy en el torneo. En todo caso, se va sin haberse rendido en la pista, aun sabiendo que tenía todas las papeletas para perder. La palabra resiliencia le corresponde, por derecho. Ni los ruegos de su familia para que dejara la pista, al verle sufrir de dolor, le hicieron abandonar. El manacorí agota todos los superlativos disponibles y da muestra, una vez más, de su mayor tesoro: la fortaleza mental, una corona solo al alcance de unos pocos reyes. Pongo también en ese pedestal a Juan Carlos Unzué, desde el balcón del Ayuntamiento de Pamplona, dedicando el chupinazo a los sanitarios y a los enfermos de ELA. A esos que, como él, se aferran a la vida con una pasión ejemplar. Me agarro también a sus últimas declaraciones: «no tengo la fórmula para la felicidad, pero ayuda buscar lo positivo en la adversidad».
Efectivamente, escuchar a Unzué o vibrar viendo un partido Nadal al menos nos descarga de los problemas cotidianos, de esta sensación cansina de pandemia crónica, de transitar en los entornos de una guerra con sus incertidumbres a corto y medio plazo, con los precios subiendo, sin respuestas certeras.
Cuando empecé en el oficio, el gran enemigo era ETA; luego aparecieron los yihadistas; ahora acechan Rusia y, de lejos, China.
El Gobierno asegura que nuestra economía seguirá creciendo, pero ¿cómo contener la inflación? Y sobre todo, ¿qué pasará después del verano? ¿Nos racionarán el agua caliente, como ya se plantean en Alemania?
Este verano, con o sin ahorros, una mayoría de españoles han decidido vivir el presente por encima de sus posibilidades, escapar de la rutina agorera y que pase lo que tenga que pasar... Quizá sea lo más inteligente.
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