Pedro Sánchez

El enemigo invisible

En esta España de próximos trimestres difíciles vaticinados por el propio Gobierno va a contar más el temor al «IPC» que al lobo

Hay estrategias políticas que no se entienden y tal vez solo pueden explicarse en el contexto de que quienes las llevan a cabo permanecen anclados en la ensoñación de aquellos episodios de tiempos pasados, en los que sí les fueron rentables determinados movimientos ante una parroquia concreta. No hay que hacer mucha memoria para recordar el exitoso argumentario de un aspirante en primarias a secretario general del PSOE, basado en la épica de un David, sin más medios que un Peugeot y una cuenta justa para hoteles baratos y gasolina, frente a un Goliat que manejaba a su antojo todos los poderosos resortes del aparato ninguneando a los sufridos militantes de base. Dio resultado, pero ocurre, que ahora ese David es nada menos que el presidente del gobierno de la nación, con el manejo de presupuestos en una mano y el BOE en la otra. Un jefe de gobierno que ha vuelto a esgrimir ese manual de los poderes fácticos casi simultáneamente a sus amigables y cómplices encuentros con el hombre más poderoso del mundo entre museos y palacios reales, por no hablar de aquellas mega ceremonias en las que se presentaban con todo boato y a mayor gloria del interfecto los más ambiciosos planes de futuro modernizador para España ante lo más granado… ¡qué cosas! del mundo empresarial, mediático y diplomático acreditado en la capital del Estado.

Hay errores estratégicos que se evidencian casi por ley de la gravedad y que se ven ratificados en detalles como el de recurrir a un antecesor en la presidencia del Gobierno, para retroalimentarse en el mismo discurso, antecesor al que supuestamente los poderes «ocultos» y poco visibles le obligaron a congelar las pensiones o a llevar a cabo incluso una reforma constitucional para contener el despilfarro del gasto y la deuda desbocada. Lo peor de esta vía elegida por el partido del Gobierno es que recuerda mucho a últimos conejos en la chistera, como el del miedo a la «extrema derecha» que tan nulos beneficios reportó en las campañas gallega, madrileña, castellano leonesa y andaluza, entre otras cosas porque cuando los ciudadanos se sienten acuciados por graves y reales problemas, las historias que no son de comer acaban arrumbadas en el rincón de la nostalgia más estéril. Decía Rilke que los fantasmas solo dan miedo a quienes tienen el estómago lleno y en esta España de próximos trimestres difíciles vaticinados por el propio Gobierno va a contar más el temor al «IPC» que al lobo.