ETA

Miguel Ángel Blanco: morir para nada

Una vez construido el relato, ya fue fácil para Sánchez entrar a matar él mismo los recuerdos, hacerlos desaparecer entre el humo, y pactar con Bildu sin que se montara una revolución

El hecho es igual de bárbaro: matan a un hombre mientras un país entero pide clemencia a los asesinos, pero existieron unos días en los que se pensó que aquella muerte, al menos, «serviría para algo». No hay muerte que alcance más que para alimentar gusanos, y en este caso, sucedió lo mismo, solo que los gusanos eran metáforas de carne y hueso que es cuando las metáforas pueden matar y morir. El cuerpo de Miguel Ángel Blanco sirvió no para calmar sino para alimentar a la bestia, un acto propio de una tribu alucinada que aún se encomienda al monte y al choque de los cuernos del carnero.

Pasado el tiempo, las manos blancas están manchadas de estiércol, en una mezcla de voladura de la pérdida de la inocencia y cobarde resignación, que es en lo que hemos estado los españoles durante el tiempo en que los partidos políticos, y en especial el gobierno de Pedro Sánchez, cometían alta traición sin un Shakespeare que rimase el drama. Si de algún lado se inclinó el arte fue del de los monstruos. Salvo la «Patria» de Aramburu, y el pico y pala de Iñaki Arteta, el resto se colocó en la barandilla desde donde se ve la corrida sin que salpique la sangre, en lo que llaman equidistancia, situar en el mismo plano a víctimas y verdugos, que así es más fácil conciliar el sueño. Hasta para el Reina Sofía, que intenta reflejar el presente, estos muertos quedan un poco lejos.

Una vez construido el relato, ya fue fácil para Sánchez entrar a matar él mismo los recuerdos, hacerlos desaparecer entre el humo, y pactar con Bildu sin que se montara una revolución más que de jerga barriobajera en el Congreso, que ni siquiera para eso los muertos tuvieron el homenaje de un debate a la altura: pasaron por las tumbas con sintaxis borracha y un léxico soliviantado por su misma vergüenza.

Que ahora coincida el aniversario de aquel sacrificio con la Ley de Memoria Democrática que aspira a que el franquismo llegue hasta la semana pasada, dando por explicado que las actuaciones de la ETA eran en realidad contra la dictadura, no es más que un pétalo de la flor marchita.

No serviría para nada pedir al presidente que no se enroque, que deje de transitar esa senda que solo le llevará al purgatorio porque la decisión está tomada. En unos días, Miguel Ángel Blanco volverá a ser una efeméride, esa fecha en el calendario que exonera a sus asesinos de pedir perdón. Quiso ser la que marcara el fin de ETA y fue la de su nuevo comienzo. Entonces no lo sabíamos, pero ese día ETA cantó victoria. Hasta hoy.