Bildu

Sánchez: de socio a cómplice de los etarras

El presidente ha pasado del noviazgo a llevar al altar a la serpiente

Los cuatro años de Presidencia de Sánchez son un culto prácticamente diario a la deslealtad. Cualquiera diría que es un caballo de Troya sobornado por el enemigo para destruir la España constitucional. Lo normal es que el Judas de un Estado sea un personaje de segundo nivel con acceso al primero. No recuerdo ningún caso de un presidente metido en el papel de destruir el Gobierno o la nación que representa. Entre otras cosas, porque supone un acto de masoquismo nivel dios. Es como si Zelenski se volviera majara y empezase a facilitar las cosas al Ejército invasor porque se ha convertido en el esbirro a sueldo de Adolf Putin. O como si Joe Biden dijera «yes, sir» a todo lo que le plantea Xi Jinping porque el dictador chino le ha solucionado la vida para 70 generaciones ingresándole 6.000 millones de dólares en una cuenta cifrada en Suiza a nombre del siniestro hijísimo Hunter.

La irrupción del marido de Begoña Gómez en Moncloa está plagada de agujeros negros con olor a conjura de la extrema izquierda judicial capitaneada por José Ricardo de Prada, el magistrado de la Gürtel que daba charlas con abogados de ETA en las que aseguraba que en la Audiencia Nacional se tortura. Pero, por mucho que hubiera accedido marrulleramente al poder, ése no fue su pecado original. Esa categoría hay que adjudicársela al pacto estable que mantiene con los etarras de Bildu, formación dirigida por dos ex jefes de la banda, Otegi y mi infame paisano David Pla. No está de más recordar que la moción de censura que desalojó a Rajoy contó con los síes de los dos diputados bilduetarras. Que Sánchez iba de tikitaka con los embajadores de los asesinos de 856 compatriotas lo demuestra el incontrovertible hecho de que, nada más ser investido, acudió presto y solícito a rendir pleitesía a la entonces portavoz de Bildu en el Congreso, Marian Beitialarrangoitia. Los vaticinios indicaban que el obseso del Falcon no iría más allá, que abjuraría de los etarras inmediatamente, lo esperable en un político al que teníamos por demócrata y que es plenamente consciente de que los pistoleros asesinaron a 12 socialistas. Pero no, poco a poco, Bildu pasó de ser la lamentable anécdota de ese 1 de junio de 2018 en el que la historia cambió para siempre a convertirse en categoría. Al punto que se ha convertido en su socio más leal por encima incluso de Podemos.

En las últimas semanas muchos analistas, entre los cuales no me encuentro, daban por hecho que el presidente iría marcando distancias con esta chusma para regresar a ese centro que fue el secreto del éxito de Felipe González. Estos pronósticos han quedado pulverizados por los hechos: el presidente ha pasado del noviazgo a llevar al altar a la serpiente. Que sean sus principales aliados en esa basura intelectual y frentista que es la Ley de des-Memoria Democrática provoca espanto. Que puedan serlo para aprobar la Ley del CNI y la de Seguridad Ciudadana constituye un acto de lesa traición. Lo cierto es que en este apartado nunca ha mentido: expresó su pésame por el suicidio de un etarra y el fin de semana pasado, en el colmo de la vesania, pronunció una frase que certifica que ya es más cómplice que socio de Otegi, Pla y cía. «Hoy Euskadi y España son países libres y en paz», vomitó. Lo peor es que lo hizo ante el Rey y ¡¡¡en el XXV aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco!!! Séneca se anticipó 2.000 años en el retrato de nuestro protagonista: «No hay peor enemigo que el traidor».