Pedro Sánchez

Sánchez y Aragonés y un Puigdemont en el zapato

El objetivo de Sánchez y de Aragonés es agotar sus respectivas legislaturas y para eso ambos se necesitan, aunque deban pactar desacuerdos y broncas

Joseph de Maistre (1753-1821) fue, quizá, el máximo representante teórico del pensamiento reaccionario, el que originariamente se oponía a la Ilustración tardía y a todo lo que significó la Revolución Francesa, estuvo presente de alguna manera ayer en La Moncloa en la reunión entre Pedro Sánchez y Pere Aragonés. Autor de una enloquecida «Teofobia del pensamiento moderno», defendía que «lo que importa no es la razón, sino el poder», que también podría ser la síntesis de lo que acordaran –se sepa más o menos– el presidente del Gobierno y el de la Generalitat de Cataluña que, no hay que olvidarlo, es vicario –y hay evidencias de su jefe Oriol Junqueras, el verdadero líder de Esquerra Republicana (ERC), es quien dicta en última instancia su política. Hay una tradición, inaugurada por Josep Tarradellas tras reunirse con Adolfo Suárez, también en el mismo sitio, que reza que tan importante es lo que se hable en privado –haya acuerdo o no– como lo que se explica en público y que ambas cosas no es ni mucho menos imprescindible que coincidan. Lo importante es que sirvan a las dos partes.

El objetivo de Sánchez y de Aragonés es agotar sus respectivas legislaturas y para eso ambos se necesitan, aunque deban pactar desacuerdos y broncas para tener más o menos contentas a sus parroquias que, fuera de Cataluña –y en parte dentro– son antagónicas. Ahora, todos ellos –Junqueras incluido– se han encontrado con la piedra de Puigdemont en el zapato, porque el abogado general de la Unión Europea, Richard de la Tour, ha abierto la puerta a su entrega a España. Eso significaría su paso, más o menos breve, por la cárcel. Complicaría hasta el extremo el muy inestable equilibrio entre Sánchez y Aragonés, entre el PSOE y ERC, que gobierna en Cataluña en coalición con el partido de Puigdemont, Junts, incómodo en esa situación, hasta el punto de que hubo gritos en una reunión reciente de la mesa del Parlamento catalán. Aragonés reclama una amnistía que Sánchez no le puede dar y tampoco una consulta pactada, aunque no sea vinculante, que sería letal para el inquilino de La Moncloa que, por su parte, necesita los votos de ERC y Junts para sacar adelante los muy complicados –por la crisis y los compromisos europeos– Presupuestos para 2023. Todo, sin embargo, estaba encarrilado, incluso los desacuerdos, pero la piedra de Puigdemont en el zapato de ambos lo complica, aunque demuestren otra vez que «lo que importa no es la razón sino el poder», y que es irrelevante que lo pensara un reaccionario como de Maistre.