Medio Ambiente
Árboles contra las olas de calor
No solo basta con reforestar: hay que limpiar el monte de matorral para evitar que los incendios transformen nuestros bosques en desiertos
El planteamiento equivocado de que el bosque está ahí sólo para que lo contemplemos al pasar por la autopista es tan desacertado que nos está llevando a estos incendios pavorosos que arrasan en minutos con todo lo que a su paso encuentran. Si no limpiamos el monte lo acabaremos perdiendo como consecuencia de la piromanía humana, capaz de lo peor como vemos cada verano.
Y hay que tener bosques. Hay que cuidar el monte. Hay que plantar árboles. Los bosques no solo son vitales para la biodiversidad, sino que tienen beneficios incalculables. Frente al cambio climático, fijan el CO2; frente a la desertificación, la sequía y las inundaciones, impiden la erosión del suelo y regulan el clima. Y si son gestionados de forma sostenible, generan recursos e ingresos, pues proporcionan alimentos, combustible, medicinas, materiales de construcción y, lo que tan importante como lo anterior, valores culturales y estéticos. Una de las principales cualidades de los árboles es que son refrigeradores naturales. En una zona con grandes árboles la temperatura puede ser tres o cuatro grados inferior a otra en la que solo hay tierra y desierto. Un árbol centenario representa el equivalente a un poder de refrigeración de 150 mil frigorías al día, consumiendo mil megajulios de energía calórica. Y son además filtros de aire contaminado, depuradores de los agentes químicos y partículas tóxicas. Amén de sumideros que eliminan dióxido de nitrógeno, dióxido de azufre, monóxido de carbono y otros gases producto de la combustión, además de generar oxígeno. Una zona arbolada puede reducir la contaminación entre un diez y un veinte por ciento. Un solo árbol de los grandes puede retener al año hasta 200 kilos de sustancias contaminantes. Y uno mediano proporciona oxígeno hasta cinco personas. Tal es la fuerza estos gigantes de la naturaleza.
Por eso es tan importante una política forestal adecuada, que proteja al monte pero no aislándolo sino limpiándolo. Un bosque sin matojos ni taramas dificulta los incendios de sexta generación. El bosque abandonado genera en su interior el combustible que necesita el fuego para hacerse intratable. Y no todo es obra del cambio climático. Las políticas forestales también son responsables.
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