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El FMI, la multitud y el neofranquismo

«El precio de la energía seguirá elevado y hay que adaptarse y pagarlo, pero los líderes europeos temen a sus votantes»

Rudyard Kipling (1865-1936), autor de «El libro de la selva» y «Kim» y el premio Nobel de Literatura más joven de la historia, escribió: «la verdad no suele gustar a las multitudes». Churchill, por su parte, pensaba que «las multitudes permanecen hundidas en la ignorancia de los hechos económicos más simples y sus líderes no se atreven a desengañarlos». Jean Claude Junker, predecesor de Ursula Von der Leyen al frente de la Comisión Europea, lo sintetizó en plena Gran Recesión: «todos sabemos lo que tenemos que hacer, pero no sabemos lo que tenemos que hacer después». Existen dudas de que todos los líderes europeos tengan claro qué deben hacer, pero es evidente que la mayoría tiemblan ante esa posibilidad y que se resisten.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) acaba de actuar como Pepito Grillo y llama a las cosas por su nombre en un informe titulado: «El aumento de los precios de la energía en Europa después de la guerra: cómo apoyar a los vulnerables y acelerar la transición de los combustibles fósiles». Las sugerencias del FMI no gustarán a casi nadie, pero eso no las invalida. Están avaladas por la historia. El FMI cree que el precio de la energía seguirá elevado y que hay que adaptarse. Por eso recomienda abandonar las políticas –aplicadas en media Europa, incluida España– de subvencionar el coste de la energía, rebajas fiscales o controles de precios. Defiende que es la mejor fórmula para ahorrar energía y propone vías de ayuda a los más pobres. El organismo que dirige Kristalina Georgieva plantea apoyar al 20% de la población con menos ingresos con ayudas, que llegarían al 0,4% del PIB, casi 5.000 millones de euros en el caso español, algo asumible. No está claro que ocurra. El otro 80% de la población protestará y los políticos temerán por sus votos. En la crisis energética de los años 70, los líderes mundiales cogieron el toro por los cuernos, asumieron los desafíos y sus economías se recuperaron pronto, mientras que en España el franquismo quiso que los españoles no se enteraran de la crisis por temor a reacciones airadas. El resultado fue años de paro y crisis industrial. Ahora parece que un neofranquismo/populista recorre una Europa en la que las multitudes huyen de la verdad, como decía Kipling. Y sí, es duro, pero es así, somos más pobres.