Filosofía

Por un nuevo estoicismo

Son la ética cotidiana, la práctica de la virtud y la morigeración, las que nos mejoran y nos acercan a la naturaleza del todo.

Hay una serie de palabras modernas, normalmente anglicismos un tanto petulantes, destinadas a la presunción acerca de cuán a la moda está el que las pronuncia –«resilience», «mindfulness», «coaching», «slowing», «storytelling» etc.– y cuánto se cuida de vivir una vida mejor, plena y centrada. Y es que parece que lo hubiéramos inventado todo hoy, y además en inglés; especialmente estas nociones sobre la entereza, la resistencia a las adversidades, la claridad sobre lo importante de la vida, la virtud individual y colectiva, etc. Los nuevos profetas de la psicología y la autoayuda nos venden mágicas y rápidas recetas, procedentes de un monasterio oriental o de los gurús tecnológicos de California, y lo hacen por cierto con bastante éxito en nuestra época abrumada por turbulencias incesantes, pandemias, crisis energéticas y económicas, guerras y emergencias climáticas.

Pero, ¿no son así todas las épocas? A los que estudiamos el mundo antiguo, por lo menos, nos parece que igualmente calamitosos fueron siglos como el III o el VI, marcados por todo tipo de catástrofes y convulsiones que, desde las bélicas y pandémicas a las migratorias o climáticas, por cierto, no han dejado de asolar a humanidad a lo largo de su peripecia histórica. Caemos cíclicamente, como sociedades e individuos, pero también es verdad que nos levantamos una y otra vez después de cada varapalo. Y para ello es fundamental centrarse en la mejor parte de lo que somos, con templanza y tenacidad, gracias a ideas que nos acompañan desde antiguo, ya en nuestras lenguas clásicas: no hace falta acudir al budismo «new age» o a la neurociencia californiana para descubrir que ya nuestros clásicos, en el Imperio romano, seguían una filosofía, de raigambre griega, que daba las claves para hallar asideros firmes contra las adversidades: tal fue el estoicismo.

Creado por Zenón en época helenística y desarrollado sobre todo en la romana por filósofos como Epicteto, Séneca o Marco Aurelio, el estoicismo propugnaba una vía práctica para la felicidad a través del ejercicio de la virtud y del conocimiento del bien. El hombre, ciudadano de un cosmos dotado de razón suprema, ha de actuar conforme a sus leyes, que todo lo conectan en una «sympatheia» global. Pero son la ética cotidiana, la práctica de la virtud y la morigeración, las que nos mejoran y nos acercan a la naturaleza del todo.

El estoicismo tuvo una larga historia posterior, con su interpretación cristianizada en la Edad Media y los posteriores desarrollos en la Moderna, como en Quevedo y Lipsio. Tras un cierto repliegue, fue reivindicado posteriormente al hilo de la Segunda Guerra Mundial, como en la magnífica monografía de M. Pohlenz (ahora reeditada en Taurus), y en los años sesenta, como hace J.M. Rist. Desde entonces, se ha dado un renacimiento del estoicismo que ha llevado incluso a crear autodenominadas «nuevas estoas».

¿Y hoy? ¿Qué hacer en nuestro adanismo actual de creer que todo es nuevo? Quizá deberíamos frecuentar más los conceptos filosóficos griegos y latinos –«ataraxia», «consolatio», «enkrateia», «fortitudo» o «apatheia»–, en vez de usar términos espurios y prestados del inglés. Así por lo menos hace uno de los filósofos más inteligentes de los últimos años, Jorge Freire, en un libro realmente imprescindible para nuestro tiempo que lleva el título «Hazte quién eres» (Deusto). Basado en un verso de las odas Píticas de Píndaro, quien recomendaba realizarse con el ejemplo de los grandes personajes del mito, este tema ha sido fundamental en la historia de las ideas, también a través del estoicismo, hasta llegar a Nietzsche y otros pensadores. Freire actualiza con aprovechamiento a Epicteto, Séneca, Marco Aurelio o Boecio y muestra cómo comportarnos noblemente hoy, en esta sociedad demasiado autocomplaciente e indulgente con el llamado «identitarismo», que hoy lo impregna todo de forma algo viscosa y obstaculiza una vida plena en aceptación de lo que somos y lo que podemos hacer en la comunidad.

Los títulos de sus capítulos y epígrafes ya albergan una gran porción de estoicismo: «busca la sombra», «domínate», «ten coraje», «responde a la llamada», «confía sin fiarte», «huye de la academia», «sé jovial», «no formes parte de ningún rebaño», «cultívate»… Su estilo es ágil y atractivo, entre el aforismo y el diálogo con el lector, trufado de jugosas citas y anécdotas, así como provisto de una envidiable ironía que no deja indiferente a nadie. No se pierdan su vigoroso pensamiento, casi un llamamiento neoestoico. (Por cierto, que el próximo septiembre se dedica al tema del libro, e inspirado en el mismo verso que su título, «Llega a ser el que eres», un encuentro en Ávila dirigido por Fernando Sánchez Dragó). La idea de cómo los clásicos pueden ayudarnos a descubrir realmente quiénes somos y a actualizar toda nuestra potencia en una vida bien vivida hasta su último acto, como querría Cicerón, queda en el centro de este debate por un nuevo estoicismo.