Guerra en Ucrania
La dura realidad de la guerra de Ucrania
«La Europa democrática afronta una dura crisis económica y energética, mientras los países productores se enriquecen»
Estaba viendo el menú de la televisión y encontré una miniserie inglesa con el sugerente título «Vigil: conspiración nuclear». La trama se centra en el claustrofóbico ambiente del submarino nuclear británico HMS Vigil, donde es enviada una detective de la policía escocesa para investigar la misteriosa muerte de uno de sus tripulantes. La lista de protagonistas es excelente y es, además, una producción de la BBC, algo que siempre es una garantía de calidad. Es una lástima que no podamos decir lo mismo, salvo excepciones, de nuestra televisión pública, que es un juguete roto que nos cuesta miles de millones de euros. No es una miniserie de los sesenta o setenta, sino de 2021. Hago esta aclaración, porque los malos son, por supuesto, los rusos. Nada ha cambiado desde el final de la Guerra Fría. Por cierto, la pareja protagonista, Suranne Jones y Rose Leslie, bordan sus papeles.
La caída del Muro de Berlín y la descomposición de la URSS no sirvió para que cambiara la percepción de ese enemigo, que además está dotado de todos los males y perversiones, mientras que nosotros, los europeos, representamos el bien. Tenemos una visión distorsionada de la política internacional que nos hace confundir nuestros deseos con la realidad. Y mostramos, además, un notable desconocimiento de la Historia, como se puede constatar por los errores que cometemos. Por supuesto, la visión que existe en Rusia es muy distinta. Desde que comenzó la invasión de Ucrania he mantenido que el conflicto finalizará cuando Putin quiera y que es una guerra que hemos perdido. Los «wiki» expertos en política internacional utilizan el tópico de Múnich y Chamberlain, para defender que no caigamos en el mismo error y que debemos enfrentarnos al expansionismo ruso, aunque sin utilizar la fuerza militar. Es bueno recordar que, tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, la URSS se quedó con la Europa del Este y abandonamos, entre otros países, China, Corea del Norte y Vietnam del Norte a manos del comunismo. El coste humano fue de decenas de millones asesinados, deportados y encarcelados.
Ahora sufrimos una nueva entrega de la visión simplista del eurocentrismo, aderezada de los lógicos y legítimos intereses de Estados Unidos, que busca debilitar a Rusia, compartir los gastos y lograr una importante transferencia de recursos de la UE en su beneficio. A esto hay que añadir el declive que sufre la presidencia de Biden y el temor al desastre en las elecciones de noviembre. La agresión rusa es injustificable y brutal, pero sería bueno que reflexionáramos sobre las expectativas que dimos a los ucranianos sobre su posible incorporación a la OTAN y la UE. No es muy popular recordarlo, pero la verdad nos hará libres. La primera entrega de esta crisis fue la anexión de Crimea en 2014. Fue una seria advertencia de que Putin no iba a permitir ninguna injerencia en una zona que considera que está bajo su influencia. Es muy injusto, pero es la realidad.
A estas alturas ya sabemos que nada de lo que se dijo al principio se ha cumplido. La guerra va para largo, porque se trata de destruir Ucrania e incorporar los territorios que consideran rusos. Por su parte, Putin tiene unos índices de popularidad extraordinarios y sus conciudadanos lo consideran el mejor presidente que han tenido. Hay un dato que siempre olvidamos y es que defienden la perestroika, pero detestan a Gorbachov porque piensan que vendió el imperio ruso, y a Yeltsin, un borracho rodeado de corruptos. Las sanciones no han servido para nada, porque la situación en Rusia no puede ser mejor. La venta de petróleo y gas está llenando sus arcas. Un amigo me ha mandado videos de los centros comerciales de Sochi, la ciudad donde veranea Putin, y se ven las tiendas llenas de productos y la gente consumiendo sin problema. La Europa democrática afronta una dura crisis económica y energética, mientras los países productores se enriquecen, una vez más, a nuestra costa. No sucede lo mismo con Estados Unidos que tiene una economía más potente y es autosuficiente energéticamente, aunque adquiera petróleo al exterior para mantener sus reservas estratégicas.
Los rusos consideran que «el problema no lo tenemos nosotros, lo tendrá Europa», y la propaganda oficial ha conseguido que se justifique nuestra posición en que «estamos vendidos a Estados Unidos». No les falta nada y las sanciones solo han provocado el cierre de algunos comercios perfectamente prescindibles. No hay problemas energéticos, la electricidad y la gasolina están tiradas de precio, y no hay dificultades de abastecimiento de ningún producto. Los ricos han resuelto sus problemas de movilidad adquiriendo la doble nacionalidad armenia o rumana, por lo que pueden viajar y utilizar las tarjetas de crédito. Por supuesto, con la autorización de Putin. Las legaciones han reducido su presencia al máximo y los pocos diplomáticos que quedan, así como el personal ruso a su servicio, confirman su impopularidad entre la población moscovita. Los rusos son los malos en nuestras series, películas y novelas, pero los estadounidenses y sus aliados lo somos para ellos.
Estos datos son perfectamente contrastables. Es la realidad que se vive en Rusia y que permite afirmar que la guerra, desgraciadamente, cuenta con una enorme popularidad entre la población. Otra información incuestionable es el apoyo internacional que tiene Putin. No solo China, sino otros muchos países que miran con recelo lo que consideran un mundo unipolar dirigido por Washington. La escalada bélica en Ucrania será, además, enormemente costosa para las arcas de los países de la UE, así como la reacción rusa a nuestro apoyo militar, porque hace tambalear nuestra economía. No hay duda de que hemos de mantener el pulso, pero es bueno que sepamos el enorme coste que tendrá. Estamos inmersos en un laberinto y no sabemos la salida.
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