Religion

La mujer en la Iglesia

Son, en gran medida, las que están sosteniendo y llevando adelante la Iglesia a través de tantas tareas asumidas, no pocas responsabilidades, y sencillamente a través del hecho de ser mujer

Una corriente de opinión piensa que la mujer no tiene en el seno de la Iglesia católica un papel destacado, y algunos me preguntan ¿usted qué reflexión hace sobre el tema? Algunos, en efecto, dicen que la mujer no tiene un papel destacado, parece que se refieren al hecho de que no son admitidas a la ordenación para el ministerio sacerdotal, lo cual no es algo que tenga que ver directamente con el papel destacado o no de la mujer en la Iglesia o que no ejercen tareas de gobierno. El tema del sacerdocio ministerial pertenece a la voluntad, manifestada en hechos, de Cristo que ha elegido a hombres, a varones, y sin embargo Él ha valorado de manera más clara y plena en su tiempo a la mujer y ha puesto los cimientos para su valoración ulterior, incluso ha encargado a una mujer, María Magdalena que anuncie a los apóstoles su resurrección. Por otra parte, algunos plantean el asunto del sacerdocio ministerial de la mujer como un derecho humano, cuando el sacerdocio no es ningún derecho, nadie tiene derecho a él. Menos afortunado es plantear la cuestión como asunto y lucha de «poderes», siendo así que el sacerdocio ministerial es todo lo contrario de un «poder» como se entiende en nuestra sociedad competitiva, ya que es ante todo y sustancialmente un servicio pleno, ausente de poder al estilo del «mundo». Por eso ver el tema de la mujer en la Iglesia desde el ángulo del sacerdocio y de no ser ordenadas sacar la conclusión de que hay discriminación en la Iglesia respecto de la mujer creo que resulta abusiva.

Estimo que es simplificar muy mucho las cosas y aun desfigurar la consideración de la mujer en la Iglesia y en la fe cristiana. El papel de la mujer en la Iglesia debe ser interpretado a la luz de una antropología integral y honda y de un feminismo que va a sus raíces. La importancia de un verdadero feminismo cristiano es tal que se deben hacer todos los esfuerzos posibles y necesarios por presentar los principios en los que se basa esta causa. Ahí está el magisterio reiterado de Juan Pablo II, Benedicto XVI y de Francisco desde una antropología integral, su papel específico, grandioso e insustituible en relación con la humanidad, su igualdad en cuanto naturaleza y dignidad respecto del hombre, su diferencia con el varón y su complementariedad, sus derechos inalienables que le corresponden en su igualdad, su significado original e insustituible en la vida del hombre como madre y como educadora. El mensaje de la Iglesia, lo que ella proclama, defiende y exige es un abierto reconocimiento de la dignidad personal de la mujer y en cuanto mujer con toda su femineidad, personificada radicalmente en María, la Madre de Jesús. Este reconocimiento es el primer paso a realizar con toda la fuerza y sin ninguna limitación para promover su plena participación tanto en la vida eclesial como en la social y pública. Las mujeres han de participar en la vida de la Iglesia sin ninguna discriminación, en las consultas y en la elaboración de decisiones; su contribución puede ser, es sin duda ninguna, una grandísima contribución de sabiduría y moderación, de valentía y entrega, de espiritualidad y fervor para el bien de la Iglesia y de la sociedad. Tanto la sociedad como la Iglesia necesitan de manera vital del «genio propio» de la mujer, de su contribución, ya que sin esta contribución la sociedad es menos viva, la cultura menos rica y la paz más insegura. Cuando a las mujeres se les impide desarrollar todas sus potencialidades y ofrecer la riqueza de sus dones, no sólo se actúa en contra de ellas, sino en contra de la sociedad. Son esperanza de la humanidad y de la Iglesia. Cada uno de los que la formamos le debemos tanto a las mujeres, yo diría que «casi todo». Son, en gran medida, las que están sosteniendo y llevando adelante la Iglesia a través de tantas tareas asumidas, no pocas responsabilidades, y sencillamente a través del hecho de ser mujer. Por ello quiero dar gracias a Dios por el misterio de la mujer, por cada mujer, por lo que constituye su dignidad femenina querida por Dios, por las grandes maravillas que Dios ha operado en la historia de la salvación y de la humanidad a través de ellas y por ellas, por todo cuanto son y hacen en favor de la Iglesia. Al mismo tiempo pido que se sientan plenamente Iglesia, que desarrollen todas sus potencialidades y capacidades en favor de la Iglesia de nuestro tiempo. Son garantía de futuro. Son esperanza.