Rusia

Rusos sin fronteras

Ni los propios rusos se ponen de acuerdo a la hora de determinar con alguna precisión dónde empieza y dónde termina la «verdadera» Rusia

Cuando Vladimir Putin afirmó que «rusos y ucranianos son el mismo pueblo» no hizo una manifestación de carácter sociológico o antropológico, sino que fue una declaración de alto contenido político. Pretendía justificar que Ucrania forma parte de Rusia argumentándolo con la supuesta pertenencia común a un «único pueblo». Sin embargo, la realidad es bien distinta. Ni siquiera la actual Rusia, sin Ucrania, constituye un «único pueblo», al menos en el sentido generalmente admitido en el derecho internacional.

En Rusia existe una mayoría de ciudadanos étnicamente rusos, pero junto con ellos, coexisten casi doscientas minorías étnicas más, con su correspondiente diversidad cultural, social, lingüística y religiosa. Se hablan, además del ruso, otros cien idiomas, de los que treinta son cooficiales. Se practica, además del mayoritario cristianismo ortodoxo, el islamismo, el judaísmo, el budismo e, incluso, el hinduismo, así como otras religiones minoritarias que conviven con un fuerte ateísmo, heredado de la URSS. Además, se profesan otras creencias como el chamanismo, muy extendido en Siberia.

Rusia es un país inmenso, el mayor del mundo, con más de 17 millones de kilómetros cuadrados, abarcando entre sus extremos una diferencia de longitud geográfica superior a la mitad del globo (198º) con 60.000 kilómetros de fronteras terrestres y marítimas. Dividido en 84 estructuras federativas, de las que 22 son repúblicas, 46 regiones (oblats), 9 territorios (krais), 4 distritos autónomos y 3 ciudades federales, donde se observan casi todas las climatologías posibles, lo que influye determinantemente en sus usos y costumbres. Considerar a los rusos como un «único pueblo» para justificar la anexión de Ucrania constituye una enorme frivolidad.

Por otra parte, hay razones para afirmar que se desconocen cuáles son los verdaderos límites de Rusia. Vaclav Havel, quien fuera presidente de la República Checa, ya se apercibió de ello en «To the Castle and Back», donde afirmaba «A lo largo de su historia, Rusia ha causado grandes sufrimientos a muchas naciones al no saber, entre otras cosas, dónde comienza y dónde termina».

En una encuesta publicada por el Centro de Investigaciones Pew en 2014, después de la anexión rusa de Crimea, se reflejaban unas inquietantes opiniones:

1.- El 61% de los rusos creían que «partes de los países vecinos» realmente pertenecen a Rusia.

2.- El 69% de los encuestados afirmaron que la desintegración de la URSS fue algo perjudicial para Rusia.

3.- Casi el 60% de los rusos querían que, después de la anexión de Crimea, Ucrania se escindiera aun más.

4.- El 35% de los encuestados querían que el este de Ucrania se independizara, mientras que el 24% querían que Rusia se anexionara directamente las provincias ucranianas de Lugansk y Donetsk.

Los anteriores porcentajes con toda probabilidad se han incrementado como consecuencia de la agresiva política expansionista de Putin. En todo caso, y en mi opinión, dicha encuesta deja claro lo siguiente: a) una mayoría de rusos reivindican indeterminados territorios que hoy no están bajo su soberanía b) los actuales límites territoriales de Rusia no son los que los rusos desearían, según su imaginario colectivo. No obstante, también se observa que c) existe una amplia minoría que acepta la realidad actual.

En definitiva, ni los propios rusos se ponen de acuerdo a la hora de determinar con alguna precisión dónde empieza y dónde termina la «verdadera» Rusia. De ahí que se pueda afirmar que las verdaderas fronteras de Rusia son inciertas e indeterminadas. Serhii Plokhy en «Lost Kingdom» señala que «Rusia tiene dificultades para reconciliar los “mapas mentales” de su etnicidad, cultura e identidad con el mapa político real».

Las actuales fronteras de la Federación Rusa están lejos de contar con la seguridad jurídica y certeza propia de un estado moderno, ya que Rusia, además de su territorio nacional reconocido internacionalmente, controla de facto, pero no de iure, la península de Crimea, Osetia del Sur, Abjasia, Transnistria, así como los territorios ocupados al este y sur de Ucrania. A ello habría que sumarle las islas Kuriles, en el mar de Japón. Además, el ministro de exteriores ruso Lavrov declaró recientemente que «los objetivos de Rusia en Ucrania ya se extendían más allá del Dombass». Los recientes anuncios de referéndum en Jerson y Zaporizhia, así lo acredita, aunque sean abiertamente fraudulentos.

En las fronteras marítimas ocurre algo parecido. Putin manifestó recientemente en relación con el Báltico y el Ártico: «Garantizaremos su defensa de manera firme y por todos los medios». ¿Son el Báltico y el Ártico nuevas fronteras rusas? ¿Desde y hasta dónde?

Olga B Glezer y Vladimir Strelestskiy han detectado hasta 165 reclamaciones territoriales y conflictos étnicos en el proceso de desintegración de la URSS (la mayoría creados por ella misma), en la que se produjeron deportaciones masivas de pueblos y naciones enteras.

El tratado de límites con Estonia lleva años pendiente de ratificar, al igual que el tratado de paz con Japón. Erika Fatland en «La Frontera» reconoce que «ninguno de los países que he visitado [todos los fronterizos con Rusia] estaba libre de heridas o cicatrices consecuencia de la vecindad con Rusia».

Consecuentemente, tal y como expresó en su día Václav Havel, no conocemos las verdaderas fronteras de la Rusia actual, ni tampoco los de la supuesta Rusia deseada por los rusos. Lo trágico es que hasta que no las conozcamos, y estas queden firmes y estables, no habrá paz, estabilidad y seguridad en Europa.