Editorial
Una Cataluña sin gobierno ni rumbo
La dupla ERC-Junts ha fracasado en el deber principal de toda administración que es mejorar la vida de la gente
Cataluña vivió ayer otra de esas jornadas decisivas e interminables a las que nos tiene acostumbrados desde que el torbellino separatista estalló en una eterna disputa y confrontación con la legalidad. Hace tiempo, es cierto, que la Cataluña real, la de la calle, se encuentra cada día más desconectada de las trifulcas, mezquindades e intereses de sus gobernantes. En verdad que a estos que la sociedad los secunde o no, sea más o menos desafecta en estos trances, no los incomoda ni los perturba. Lo suyo es una lucha por el poder y la institucionalidad y ahí los ciudadanos de a pie del Principado, como en casi todos los órdenes de la vida pública secesionista, son marginales, incluso prescindibles. Los militantes de Junts per Catalunya decidieron ayer enterrar el Gobierno de la Generalitat y pasar a la oposición. La consulta inclinó la balanza contra la permanencia en el Ejecutivo catalán y a favor de que el matrimonio de conveniencia con ERC, que ha vertebrado la mayoría independentista, acabara en divorcio. El escrutinio concluyente de trece puntos a favor del portazo fue, pese a todo, un vano intento de guardar las formas y alumbrar un veredicto democrático y transparente con que justificarse ante la opinión pública. La escenografía de un referéndum aporta un plus, porque en determinados foros la voluntad asamblearia maquilla amarguras y ambiciones. No era un secreto que la convivencia entre ERC y Junts era dantesca. Ni siquiera el delirio convertido en negocio de la independencia fue lo suficientemente poderoso para contener los resquemores políticos y personales. El tumulto y la bronca que han caracterizado las luchas intestinas en el seno de la Generalitat y en el orbe separatista marcaban bajo toda lógica política un camino sin retorno, aunque en el independentismo condicionaba esa red clientelar soberbia que ahora pende de un hilo. El futuro del gobierno de Pere Aragonés resulta, por supuesto, relevante, como lo es su nueva composición, y no digamos claro la mayoría parlamentaria que lo sostendrá. Sin embargo, palidece frente a la acción ejecutiva de una administración que ha olvidado, cuando no ha traicionado en muchas de sus consejerías, las urgencias de los ciudadanos en un instante crítico, asfixiados entre la inflación, los impuestos, el paro y el desdén de sus representantes volcados en una refriega cainita que redobla la incertidumbre y el desgobierno. La dupla ERC-Junts ha fracasado en el deber principal de toda administración que es mejorar la vida de la gente. Cualquier escenario parece posible tras la espantada de la casta tóxica de los Borrás, Turull, Puigdemont, Jordi Sánchez y compañía, sobre cuyas cabezas sobrevuela la amenaza de una escisión de un Junts fracturado. Dar la voz otra vez a los catalanes es una opción de cierta dignidad para que los políticos sometan sus actos al escrutinio del pueblo soberano. La legitimidad de las urnas es siempre una salida, pero lo urgente, lo decisivo es articular la estabilidad política en un escenario nacional e internacional crítico. La interinidad sería muy gravosa.
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