Gobierno de España

Los presupuestos de la gasolina

La insoportable gravedad de este gobierno perjudica muy en serio a España

La gran noticia de la semana ha sido como el Gobierno se puso de acuerdo consigo mismo para aprobar el proyecto de Presupuestos Generales del Estado. «In extremis», subrayaban las crónicas, que mejor hubieran hecho en decir «inter extremis», ante un nuevo artificio del sánchez-yolandismo, experto en moderaciones de la inflación, aunque no baje ni a tiros del 9%, que se traga estadísticamente a medio millón de parados cada comienzo de mes, y que ahora nos vende como un acuerdo extraordinariamente difícil y meritorio lo que era un trámite cantado puramente burocrático entre expertos en el arte de sobrevivir, necesitados, además, de acallar de forma brusca el debate fiscal al que han contribuido hasta los propios barones socialistas. Como quiera que sea, ya tenemos entre nosotros los terceros presupuestos de la era Sánchez, que desgraciadamente no han sido diseñados para responder a la crisis económica, sino para concurrir, en buenas condiciones y superando las esquivas encuestas, a las convocatorias electorales que se avecinan. Cuando la ortodoxia económica y el combate de los riesgos recesivos e inflacionistas recomendaba presupuestos austeros e impuestos bajos, el Gobierno nos viene con unas cuentas expansivas, que tiran la casa por la ventana, y que incluyen una colección de cheque-votos electorales que más que gasto social son la base para un derrumbe económico que arrase con el Estado del Bienestar, como ya estuvo a punto de hacer el también histórico mandato de Zapatero, además de la apertura y agravamiento de brechas económicas entre generaciones, así como entre trabajadores públicos y privados. Y siendo graves todos los lastres que contienen, lo peor de todo es que las cuentas del Estado, además, y por si lo anterior no resultara suficiente, nacen muertas, porque no pasaron ni 24 horas de su presentación cuando el Banco de España anunciaba una previsión de crecimiento –1,4% frente a 2,1%–, que tiraba por tierra las cifras fundamentales que sustentan todo el programa de ingresos y gastos del Estado y tumbaba las estimaciones macroeconómicas del Gobierno, convirtiendo todo el proyecto de ley en papel mojado. La autoridad bancaria, que augura una ralentización del empleo, que no recuperará hasta 2024 los niveles del PIB previos a la pandemia, cuando el resto de la Eurozona lo logró ya el año pasado, se suma a organismos como la AIReF y la OCDE, que llevan tiempo contradiciendo el irresponsable optimismo del Gobierno.

Son demasiados los riesgos que rodean a los presupuestos, pero, ninguno tan elevado como el que vendrá en las próximas semanas, cuando se abra el zoco de enmiendas en el Parlamento, que será un ejercicio completo de malabarismos y genuflexiones por parte de la menguada mayoría social comunista para conseguir el apoyo de las otras fuerzas que integran la «coalición Frankenstein», y que irá más allá de lo estrictamente presupuestario, porque se adentrará nuevamente en los terrenos de la demolición institucional que tanto frecuenta la izquierda española.

Son los presupuestos de la gasolina, porque echan combustible al fuego de la crisis y porque utilizan el Estado como moneda de cambio para la supervivencia del Gobierno, que es lo mismo que vender el vehículo para pagar un peaje. Unos presupuestos que pondrán el colofón al quinquenio sanchista, saldando la peor herencia económica e institucional de toda la historia de la democracia para que vengan los del siempre, los que siempre se enfrentan a las crisis que otros provocaron, a solucionar todos los desperfectos y devolver a España el bienestar económico y constitucional. La insoportable gravedad de este gobierno perjudica muy en serio a España, los españoles y su futuro.